Considerada como una de las escritoras referentes del modernismo vanguardista del siglo XX y del movimiento feminista, le tocó vivir en un mundo de hombres. “Las mujeres han vivido todos estos siglos como esposas, con el poder mágico y delicioso de reflejar la figura del hombre, el doble de su tamaño natural”, escribió Virginia Woolf en el ensayo “Una habitación propia”.
Experimentando con la estructura temporal y espacial de la narración, perfeccionó en sus novelas el monólogo interior, procedimiento por el que se intenta representar los pensamientos de un personaje en su forma primigenia, en su fluir inconsciente, tal y como surgen en la mente.
Vida y Obra
Adeline Virginia Stephen, nació en Londres, el 25 de enero de 1882. Hija de sir Leslie Stephen, distinguido crítico e historiador y de la modelo Julia Prinsep Jackson. Virginia creció en el seno de una familia de la alta burguesía, en una casa con una gran biblioteca y un ambiente frecuentado por literatos, artistas e intelectuales. Virginia no asistió a ninguna escuela, pero recibió clases de profesores particulares y de su progenitor. En su casa se respiraba arte, política y un ambiente tan liberal como complejo.
A los trece años, Virginia sufrió un duro golpe del cual no se recuperaría jamás: su madre murió repentinamente a causa de una fiebre reumática. Este hecho provocó en Virginia su primera crisis depresiva. A esto se unió, dos años más tarde, la muerte de su hermana Stella. En 1905, su padre murió de cáncer, y antes de que Virginia hubiera cumplido los 23 años ya se había intentado suicidar. A pesar de no haberlo conseguido, sufrió una fuerte crisis nerviosa por la que tuvo que ser ingresada durante un tiempo.
Tras la muerte de su padre, Virginia y tres de sus hermanos, se trasladaron a Bloomsbury, en la zona oeste de Londres. Convertida en centro de reunión para un grupo elitista de intelectuales británicos, formaron el grupo conocido como “Círculo de Bloomsbury”. Elementos comunes de esta heterogénea elite intelectual fueron la búsqueda del conocimiento y del placer estético, entendido como la tarea más elevada a que debe tender el individuo, así como un anticonformismo político y moral.
Empezó a escribir en un periódico en 1905 y no fue hasta 1915 cuando publicó su primera novela, Fin de viaje, a través de la editorial de su hermano.
Hoy en día se considera que Virgina Woolf padeció un trastorno bipolar con fases depresivas severas. A pesar de que la inestabilidad mental de la joven era importante, en agosto de 1912 se casó con el teórico político, escritor, editor y antiguo funcionario público británico, Leonard Woolf, con quien fundó en 1917 la célebre editorial Hogarth Press, que editó la obra de la propia Virginia y la de otros relevantes escritores. Los trastornos más graves que padeció Virgina los sufriría entre los años 1913 y 1915. El 9 de septiembre de 1913, Virginia ingirió cien gramos de veronal, en otro intento por quitarse la vida.
Sus primeras novelas, Viaje de ida y Noche y día, ponen ya de manifiesto la intención de la escritora de romper los moldes narrativos heredados de la novelística inglesa anterior, en especial la subordinación de personajes y acciones al argumento general de la novela, así como las descripciones de ambientes y personajes tradicionales; sin embargo, estos primeros títulos apenas merecieron consideración por parte de la crítica.
En 1925, Virginia lograría un gran éxito con la publicación de su novela La señora Dalloway. La obra nos cuenta un día en la vida de la londinense Clarissa, una dama de alta alcurnia. La historia comienza una soleada mañana de 1923 y termina esa misma noche. Lo más destacable de la obra radica en el modo de narrar la historia, ya que los hechos se cuentan desde el punto de vista de los personajes de un modo íntimo.
Los recuerdos de infancia de Virginia enmarcados en sus visitas veraniegas a la zona de Cornualles donde su familia se trasladaba en verano. La casa familiar con unas fantásticas vistas a la playa y al faro, son la principal fuente de inspiración de la novela Al faro, publicada en 1927, cuya portada ilustraría su hermana Vanessa.
Con esta novela comenzaron a elogiar los críticos su originalidad literaria. Llamando ya la atención la maestría técnica y el afán experimental de la autora, quien introducía además en la prosa novelística un estilo y unas imágenes hasta entonces más propios de la poesía. Desaparecidas la acción y la intriga, sus narraciones se esfuerzan por captar la vida cambiante e inasible de la conciencia.
Aunque las circunstancias personales de la escritora afectaron a su forma de encarar la existencia, algunos de los personajes de ficción de Virginia dejan pistas acerca del estado psicológico de su autora, como por ejemplo la ansiedad y el delirio.
El trastorno bipolar que sufrió no alteró su productividad literaria, pero sí dejó huella en su obra. Al final de su vida, su depresión se agravó con varios sucesos, como el estallido de la segunda guerra mundial o la mala acogida de uno de sus libros.
Vencida por sus fantasmas
Virginia se veía reflejada en los personajes de sus obras, que rezuman depresión y escepticismo, y en los cuales la idea del suicidio y el miedo a la gente son recurrentes. A Virginia le aterraba la soledad, era muy autocrítica y se sentía invadida a menudo por un sentimiento de culpa. También sufría terribles dolores de cabeza e insomnio. Algunos médicos que la trataron, atribuyeron a la escritura sus problemas de salud. Algunos le recomendaron incluso que lo dejara, ya que los brotes más fuertes que sufría, que en su diario ella definía como “la ola” y “el horror”, se producían tras el gran esfuerzo que le suponía escribir. A pesar de estas recomendaciones, Virginia siguió escribiendo, aunque a veces tuvo períodos de inactividad. Gracias a que no dejó de hacerlo, nos ha legado una obra sorprendente, vasta y original.
A pesar de ello, la escritura fue la tabla de salvación de Virginia ante el naufragio de su existencia. Pero el 28 de marzo de 1941, incapaz de hacer frente a la desesperación que la envolvía, se puso el abrigo y despojándose de su bastón, llenó los bolsillos de piedras y se adentró en el río Ouse, dejándose llevar por “las aguas que corren”. Antes de tomar esta trágica decisión, Virgina dejó dos cartas, una para su hermana Vanessa y otra para su marido, Leonard Woolf, las dos personas más importantes de su vida. En la carta de despedida de su querido esposo no sólo se percibe su padecimiento, tristeza y profundo dolor, sino también la gratitud y el gran amor que sentía hacia él:
“Siento que voy a enloquecer de nuevo. Creo que no podemos pasar otra vez por una de esas épocas terribles. Y no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces, y no puedo concentrarme. Así que hago lo que me parece lo mejor que puedo hacer. Tú me has dado la máxima felicidad posible” (…)
Y continúa así: “Has sido en todos los sentidos todo lo que cualquiera podría ser. Creo que dos personas no pueden ser más felices hasta que vino esta terrible enfermedad. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí tú podrás trabajar. Lo harás, lo sé. Ya ves que no puedo ni siquiera escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirlo, todo el mundo lo sabe. Si alguien podía haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinando tu vida durante más tiempo. No creo que dos personas pudieran ser más felices de lo que hemos sido tú y yo”.
Su cuerpo fue encontrado tres semanas después, y Leonard hizo incinerar sus restos y esparció sus cenizas en el jardín de La Casa del Monje (Monk’s House), su propio hogar.
Estilo
Una de las grandes aportaciones de la escritora británica fue el dominio de la técnica del monólogo interior, también llamada el fluir de la conciencia. Esta forma de escribir, con influencias freudianas, consiste en volcar directamente en el papel las cavilaciones de los personajes. Como el pensamiento, la escritura se volvía caótica pero directa, saltando de una idea a otra, siguiendo los hilos de preocupaciones e ilusiones. Era una aproximación sin tapujos a lo más íntimo de los personajes.
Influida por la filosofía de Henri Bergson, experimentó especial interés con el tiempo narrativo, tanto en su aspecto individual, en el flujo de variaciones en la conciencia del personaje, como en su relación con el tiempo histórico y colectivo. Así, una de sus obras más notables, la inquietante y misteriosa Orlando (1928), en la que se difuminan las diferencias entre la condición masculina y la femenina encarnadas en el protagonista, un aristócrata dotado de la facultad de transformarse en mujer, que vive cinco siglos de la historia inglesa.
Virginia Woolf escribió también una serie de ensayos que giraban en torno de la condición de la mujer, en los que destacó la construcción social de la identidad femenina y reivindicó el papel de la mujer escritora. Creía que era necesario que cada vez hubiera más mujeres que escribieran, e incluso llega a hacer una apología de las diferencias entre sexos.