Junto a Mozart, Johann Strauss y Sigmund Freud, Stefan Zweig se cuenta entre los autores austríacos más conocidos en el mundo entero. Abordó diversos géneros literarios, pero su fama se fundó sobre todo en sus biografías.
No experimentó con el idioma; no fue un innovador. Su meta era llegar, con temas de interés tratados en forma cautivante, a un amplio círculo de lectores.
Vida y Obra
Stefan Zweig nació el 28 de noviembre de 1881 en Viena, Austria, en el seno de una adinerada y poco religiosa familia judía. Su madre era Ida Brettauer, mujer de ascendencia italiana cuya familia se dedicó a la banca, y su padre, Moritz Zweig, era empresario textil. Tuvo acceso a una educación esmerada, y la fortuna familiar a la que se añadieron después sus honorarios como escritor le permitieron viajar por varios países, ampliando así su horizonte cultural.
Desde el bachillerato comienza a escribir poesía y narrativa, y había logrado publicar sus primeros poemas en el periódico berlinés Die Gesellschaft. Pero el espaldarazo para el incipiente autor fue la aceptación de sus colaboraciones en el prestigioso periódico vienés Neue Freie Presse, en el que se había publicado a lo mejor de la intelectualidad europea de la época. Zweig se mantuvo como colaborador del periódico durante tres décadas.
La familia comprendió y apoyó al joven cuando éste expresó su deseo de ser escritor. La única condición que se le impuso fue la de que estudiara una carrera. Zweig matriculó Filosofía y Letras en la Universidad de Viena. Graduándose antes de cumplir los veintitrés años.
En 1901 publica Cuerdas de Plata, su primer libro de versos. El segundo lo publicaría en 1906. Aunque ambos volúmenes tuvieron éxito, el propio Zweig reconocería años después sus limitaciones como poeta. Sigiuendo el consejo de un amigo se dedicó a la traducción, para desarrollar su sentido de las posibilidades expresivas de la propia lengua.
En 1904, se publica en Berlín su primer volumen de relatos El amor de Erika Ewald. En ésta, como en otras obras de su narrativa de ficción, el autor intenta descifrar, con una curiosa combinación de simpatía y objetividad crítica, los motivos de la conducta de sus personajes.
Durante la primera Guerra Mundial, Zweig trabajó en los archivos de guerra austríacos. En 1915 fue enviado a Galitzia para reportar la situación en esa región, reconquistada hacía poco por los austríacos. Las experiencias en Galitzia reafirmaron su rechazo a la guerra y su orientación hacia un pacifismo consecuente. Se sintió pues obligado a luchar contra el genocidio con su mejor arma: la palabra. Así surgió la apasionada denuncia antibelicista que es su drama Jeremías, publicado en 1917 y estrenado con gran éxito en Zurich, en 1918.
Concluida la guerra, Zweig regresa a Austria. Gran coleccionista, en su residencia en Salzburgo se hallaba celosamente conservado el escritorio que había pertenecido a Beethoven y en un armario a prueba de incendios una vasta colección de escritos autógrafos originales de reconocidos autores europeos del siglo XIX y de los primeros años del siglo XX.
Cultivó la amistad de personalidades como Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin, William Butler Yeats, Luigi Pirandello, Romain Rolland, Máximo Gorki, Thomas Mann, H. G. Wells, Bela Bartók, Maurice Ravel y Sigmund Freud. Con este último sostuvo una larga y fructífera relación de amistad. El intercambio de ideas entre ambos ejerció una gran influencia en la obra de Zweig.
Tras haber escrito ensayos biográficos y monográficos sobre varias personalidades, Zweig publica, en 1929, la biografía de Joseph Fouché, figura camaleónica del político francés, que sirviera en Francia bajo gobiernos tan disímiles como la convención, el imperio y la monarquía restaurada. La biografía fue un éxito sensacional, su tensa estructura narrativa, así como la profundidad y acierto en la caracterización psicológica de los personajes hacen de Fouché una de las más convincentes biografías de Zweig y uno de sus más logradas creaciones literarias.
En 1933, cuando el fascismo estaba en pleno ascenso, Zweig escribe al escritor Thomas Mann: “la mentira extiende, insolente sus alas…las cloacas están abiertas, y los hombres aspiran su hedor como si fuese perfume”. Para Zweig sólo había una respuesta posible ante el fascismo: el aporte literario y no la confrontación con el acontecer político. En la biografía Triunfo y tragedia de Erasmo de Rotterdam, publicada en 1934, Zweig proyecta, justificándolas, sus propias actitudes en la figura del gran humanista que únicamente se sentía comprometido con la razón.
Tras el registro practicado en su casa de Salzburgo en 1934, Zweig abandona Austria para regresar sólo por temporadas. En 1933 sus libros fueron quemados públicamente por los nazis, y eliminados de las bibliotecas; al respecto escribió: “Mi obra literaria ha sido reducida a cenizas en el idioma en que fue escrita, en el mismo país donde mis libros conquistaron la amistad de millones de lectores”.
En 1936 viendo, avecinarse la catástrofe, encarga a su primera esposa que venda la casa lo antes posible. Traspasa su colección de autógrafos a la Biblioteca Nacional de Viena y a un coleccionista privado.
La invasión y anexión de Hitler a Austria, constituyó para el escritor la pérdida definitiva de la patria y el hogar. De 1936 a 1940 reside en Londres, de donde pasa a los Estados Unidos junto a su segunda esposa Lotte Altmann.
En 1941 viaja de Nueva York a Petrópolis, Brasil, donde alquilaron una casa en la calle Gonçalves Dias, en la que Zweig escribió su famosa Novela de ajedrez y concluyó su autobiografía El mundo de ayer. En realidad, no se trata de una autobiografía en el sentido estricto, no es el destino de su autor el centro de la obra, sino las experiencias y sentimientos de su generación, marcada por dos guerras mundiales.
Stefan Zweig no pudo sobrevivir a la destrucción de su país y a la de Europa. Pero, sobre todo no pudo soportar la pérdida de fe en la humanidad, que le había sostenido a lo largo de su existencia. Se sabe, además que el escritor padecía desde su juventud “estados depresivos para los que no encontraba motivos reales”.
Así, el 23 de febrero de 1942, un criado encontró los cadáveres del matrimonio tendidos sobre su cama: fue encontrado impecablemente vestido en una habitación perfectamente ordenada, junto a Lotte, recostada sobre su esposo con un kimono y sin ropa interior. También se halló una declaración firmada por el escritor, en la que daba cuenta de sus motivos para abandonar la vida, y agradecía a Brasil la hospitalidad que le había brindado: “Saludo a todos mis amigos“, “Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí“. Tenía 60 años.
Los Zweig yacen enterrados junto a la tumba del emperador Pedro II, en Petrópolis. La casa donde vivieron fue comprada por el estado brasileño y convertido en un museo.
Sus amigos, repartidos por el mundo, recibieron sus cartas de despedida durante días y semanas después.
Thomas Mann escribió al saber del suicidio Zweig: “Merecía su fama mundial, y es trágico que la capacidad de resistencia espiritual de este hombre talentoso se haya quebrantado bajo la dura presión de esta época”. Doloroso epitafio para quien escribió, actuó y vivió según los principios de un humanismo, que es el legado más valioso y auténtico de su creación literaria.