El 24 de febrero de 1895 se reiniciaba en Cuba la lucha contra el colonialismo español, una guerra necesaria para la isla caribeña cuya victoria fue arrebatada por la intervención de Estados Unidos.
A principios de 1895 había en Cuba un ambiente evidentemente insurreccional. En los años 1893 y 1894, José Martí, el máximo organizador de esta gesta, recorrió varios países de América y ciudades de Estados Unidos, para unir a los principales jefes de la Guerra del 68 entre ellos y con los más jóvenes, además de acopiar recursos para la nueva contienda.
Sin embargo, el nuevo año se iniciaba con un descalabro para la causa independentista, cuando las autoridades estadounidenses alertadas por el espionaje hispano, ocuparon en los primeros días de enero un gran cargamento de armas y varios barcos dispuestos en el puerto de La Fernandina, en Florida, destinados a llevar a la Mayor de las Antillas expediciones e iniciar la insurrección, con lo cual se perdieron más de dos años de ingente preparación.
Pero la prédica martiana de unidad y su genialidad en la organización del Partido Revolucionario Cubano, pudo más que el revés, que paradójicamente se convirtió en una prueba de la capacidad y liderazgo de Martí, junto a Máximo Gómez y Antonio Maceo para hacer realidad el inicio de la lucha por la independencia.
Fue así que continuaron con los planes y la orden de alzamiento quedó firmada el 29 de enero en Nueva York por José Martí, delegado del Partido Revolucionario Cubano; Enrique Collazo y Mayía Rodríguez.
El documento sería remitido a La Habana con destinatario a Juan Gualberto Gómez, jefe de los planes revolucionarios en la Isla, quien debería hacer llegar el mandato a los restantes líderes, en especial en el Oriente a Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y a Pedro Agustín Pérez, los cuales esperaban deseosos, junto a grandes partidas de conspiradores, la hora de tomar las armas.
Para burlar el espionaje hispano, el mensaje fue reproducido en un fino papel y empotrado en un tabaco. De esta forma quien lo llevara tenía la posibilidad de destruirlo al fumarlo.
En la orden se “[…] autoriza el alzamiento simultáneo […] de las regiones comprometidas […] durante la segunda quincena y no antes del mes de febrero”. Se insistía en que se “[…] considera peligroso y de ningún modo recomendable todo alzamiento en Occidente, que no lo efectúen a la vez que los de Oriente […], y “se reafirma la voluntad de la emigración de aportar “[…] los valiosos recursos ya adquiridos y la ayuda continua, incansable del exterior […] en la certidumbre de contribuir a que la guerra sea activa y breve”.
Juan Gualberto escogió la fecha del 24 de febrero para aprovechar los festejos con el fin de que no levantara mucha curiosidad el traslado y la reunión de los mambises, y envió emisarios al interior del país con la propuesta para ponerse de acuerdo con los jefes de los grupos de conspiradores.
Aunque muchos historiadores aseguran que el reinicio de la contienda fue en el poblado de Baire, de ahí que siempre se le recuerde como el Grito de Baire, otros expertos aseveran que el alzamiento ocurrió de manera simultánea en varios puntos de la geografía nacional.
Los villareños y los orientales aceptaron la fecha, mientras los camagüeyanos secundarían el alzamiento poco después.
En la región occidental el espionaje español penetró los preparativos e inexplicablemente el general Julio Sanguily, jefe de la insurrección en La Habana, fue detenido fácilmente en su domicilio.
Mientras, Juan Gualberto Gómez acudió al poblado de Ibarra, Matanzas, lugar escogido para el pronunciamiento pero resultó detenido, en unión de otros complotados, por las fuerzas ibéricas que cercaron el lugar con lo que se frustró el estallido revolucionario en el occidente.
En Las Villas hubo pronunciamientos, aunque no de la magnitud de los ocurridos en la región oriental con el alzamiento de fuerzas dirigidas por Moncada, Masó, Quintín Bandera, Pedro (Periquito) Pérez, y otros patriotas en Holguín.
Con la insurrección en sus primeras semanas de iniciada, José Martí comprende que resultaba decisivo que llegaran a la Isla, a como diera lugar y en el más breve tiempo Máximo Gómez, Antonio Maceo y él junto a otros importantes jefes para incrementar la guerra e impedir que fracasara.
El primero de abril arriban por Duaba, en las costas guantanameras, Maceo, su hermano José, junto a Flor Crombet; en tanto Martí, Gómez y otros lo harían en la misma región pero por Playitas de Cajobabo el 11 del propio mes.
Esta gesta aunque superior en diversos aspectos a la Guerra de los Díez Años (1868-1878) tuvo una vez más el infortunio de que se repitieran errores de ese campaña, como la falta de unidad entre los jefes militares, algo que aprovechó Estados Unidos.
La ausencia de consenso entre los líderes de la campaña posibilitó que el país norteño encontrara una brecha para aniquilar los órganos representativos de la nación cubana. También se sumó la pérdida de líderes político-militares aglutinadores como Antonio Maceo y José Martí, quienes perecieron en el campo de batalla.
Estados Unidos contempló por 30 años la lucha del pueblo cubano, y puso su empeño en apoderarse de la mayor de las Antillas y así lo dejó en claro cuando impidió la entrada del Ejército Libertador a Santiago de Cuba y con el Tratado de París, que ponía fin a la denominada guerra hispano-cubano-americana.
No obstante, el reinicio de la guerra el 24 de febrero de 1895 y toda su trayectoria sirvieron de enseñanza para tiempos posteriores desde el punto de vista político-militar, sobre todo en cuanto a la necesidad de un mando único.
En otro orden, muchos tomaron conciencia de que las previsiones del Apóstol, eran válidas para Cuba y el resto de América Latina, pues él supo comprender a tiempo del peligro que representaba el gigante del norte para los pueblos del continente.