Uno de los grandes maestros de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Su obra, tan breve como intensa, ocupa por su calidad un puesto señero dentro del llamado Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, fenómeno editorial que dio a conocer al mundo la talla de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente.
Vida y Obra
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno nació el 16 de mayo de 1917, en Apulco, distrito de Sayula en Jalisco. Su niñez transcurrió entre la hacienda que su madre heredó de sus abuelos maternos en Apulco y el poblado de San Gabriel.
Ambos lugares eran villas rurales dominadas por la superstición y el culto a los muertos. Los poblados de ese tipo sufrieron allí las duras consecuencias de las luchas cristeras. La familia Rulfo sufrió las consecuencias: su padre fue asesinado en junio de 1923 y su madre murió en noviembre de 1927. Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.
A los cinco años y por instancias de los tutores, inició su educación en el Colegio de las Josefinas, dirigido por el padre Ireneo Monroy. Tuvo que interrumpirla en 1926 cuando la guerra cristera provocó el cierre del colegio y la huida del sacerdote. En 1927, Rulfo fue inscrito en el Colegio Luis Silva de Guadalajara por decisión de su tío, quien tras la muerte del padre y el abuelo había quedado a cargo de la familia. Juan permaneció en el internado del colegio hasta 1932, cuando ya tenía quince años. El 20 de noviembre de 1932, a instancias de su abuela materna, quedó inscrito en el Seminario Conciliar.
Rulfo no pudo inscribirse en la Universidad de Guadalajara en 1933, pues todas las dependencias universitarias habían sido clausuradas a consecuencia de una huelga. En 1934, renuncia a realizar estudios profesionales sistemáticos cuando se le niega la revalidación de sus estudios preparatorios. Ese mismo año se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y colabora en varias revistas literarias.
El primer texto que se conoce de Juan Rulfo se escribió aparentemente en 1940, aunque permaneció inédito hasta 1959, cuando se publicó en el número 3 de la nueva época de la Revista Mexicana de Literatura: Un pedazo de cielo. único fragmento que se conserva de una obra más extensa, que habría llevado por título El hijo del desaliento.
A partir de 1941, se estableció como agente de migración en Guadalajara y entabla amistad con Juan José Arreola, futuro escritor y editor de éxito. La relación entre ambos jóvenes, venidos de la misma región de Jalisco fue, aunque intermitente, una de las más valiosas en la historia de la literatura mexicana.
En 1944, Juan Rulfo conoce a Clara Aparicio Reyes, con quien se casó cuatro años después. Entre 1944 y 1964, Juan Rulfo tuvo un interés muy activo por la disciplina a través de la lente, los guiones, la fotografía de actores y actrices, e incluso la participación en la producción de algunas películas. Eran los años en que el imaginario del país se desplazaba de la iconografía de origen real a la de origen cinematográfico, y en que las figuras de la pantalla satisfacían la avidez de mito que las personalidades ya no podían colmar, pese a la intacta fuerza simbólica de las instituciones del Estado.
En septiembre de 1952, aparecía en el número 11 de la colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica El llano en llamas y otros cuentos. En los quince cuentos que integran El llano en llamas, Rulfo ofrecía una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascienden la pura anécdota social.
Entre 1952 y 1954, Rulfo gana una beca del Centro Mexicano de Escritores. Concluye Pedro Páramo durante su segundo año como becario del Centro, donde leyó adelantos de la obra y al que entregó una copia al carbón del original cuando acabó su beca. Entre septiembre de 1953 y el de 1954 fecha en que entregó el mecanuscrito original, ya con el título definitivo de Pedro Páramo, al Fondo de Cultura Económica, Rulfo publicó adelantos de la novela en tres revistas de la capital: Las Letras Patrias, Universidad de México y Dintel. Finalmente, el libro se puso a la venta en marzo de 1955 como el número 19 de la colección Letras Mexicanas.
La publicación de Pedro Páramo fue el acontecimiento más significativo en la carrera literaria de Juan Rulfo. La novela obtuvo reseñas inmediatamente después de su aparición, en México en la Cultura. En el texto, Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real; el resultado es un texto profundamente inquietante que ha sido juzgado como una de las mejores novelas de la literatura contemporánea.
Después de El llano en llamas y Pedro Páramo, Rulfo publicó esporádicamente algunos otros textos. El día del derrumbe apareció el mismo año que su primera novela, en uno de los suplementos más importantes de la vida intelectual de la época, México en la Cultura; y La presencia de Matilde Arcángel fue incluida en Cuadernos Médicos, así como en el número 4 de Metáfora, ambos del mismo año. Cuatro años después, la Revista Mexicana de Literatura sacó a la luz Un pedazo de noche, que ya entonces se anunciaba como “un inédito de Juan Rulfo”.
A partir de la aparición de estos títulos mantuvo un contacto frecuente con el cine; su segunda novela, El gallo de oro (1958), el cortometraje El despojo (1959) y su participación en el filme La fórmula secreta (1964) son producto de ello.
Durante las dos últimas décadas de su vida, se encargó de editar en el Instituto Nacional Indigenista una de las colecciones de antropología contemporánea más importantes de México. En todas estas variadas manifestaciones puede comprobarse que el pensamiento y las actividades de Rulfo se movieron al centro de poderosos polos: la ficción y la historia, la tradición literaria escrita y las riquísimas vertientes orales, la imagen verbal y la imagen fotográfica, la vanguardia estética y la innovadora superación de esa misma vanguardia, la cultura cristiana y la sólida pervivencia de culturas indígenas en México y en América, la modernidad laica y la vitalidad de concepciones del mundo distintas, pero de ningún modo inferiores, la antropología y la realidad presente, la geografía rural y la vertiginosa mutación del paisaje urbano; pares de conceptos que para el autor fueron retos y estímulos, unas veces en franco contraste y otras en armonía.
En 1968, Rulfo recibió el Premio Nacional de Literatura. A partir de entonces y prácticamente hasta su muerte, no dejó de ser laureado con algunos de los más importantes méritos que se otorgan a los escritores en México e Iberoamérica. En 1979, recibió la Condecoración General Miranda del gobierno de Venezuela y el Premio Jalisco en el Teatro Degollado de Guadalajara. En abril del año siguiente, Juan Rulfo fue objeto de un Homenaje Nacional. La importancia del escritor para la cultura mexicana en aquel momento se advierte en el hecho de que él fue el primer artista vivo que recibió la distinción.
Tres años después, recibe el Premio Príncipe de Asturias y dos años más tarde Rulfo ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua. Este mismo año, la Universidad Nacional Autónoma de México le concedió el Doctorado honoris causa.
Los últimos textos que escribió durante la década de los ochenta fueron un prólogo a la traducción que Antonio Alatorre hizo en 1982 de Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis y otro para la edición de 1985 de Historia general de las cosas de Nueva España, además de un artículo México y los mexicanos, en el que retomó el asunto aún vivo del “mestizaje”, concepto que a sus ojos fue una estrategia de los criollos para simplificar el proceso harto más complejo que la pura dinámica, ya de por sí intensa, de la fusión de dos culturas. Hasta en sus últimos textos, Rulfo defendió la multiculturalidad de México como un ejemplo de la desafiante riqueza de la población americana.
Juan Rulfo murió en su casa al sur de la Ciudad de México el 7 de enero de 1986 a causa de un cáncer pulmonar. El cuerpo fue llevado al Palacio de Bellas Artes, donde recibió honores de las autoridades de la República y de la gente común.
Desde entonces, sigue siendo uno de los escritores mexicanos más leídos en su país y el extranjero; sus títulos han sido traducidos a decenas de idiomas y su obra literaria y fotográfica sigue siendo motivo de innumerables estudios y homenajes