Reclamada por algunos como precursora de la defensa de los derechos de la mujer, y por otros como la honra de la inteligencia y el espíritu humanos, Sor Juana Inés de la Cruz continúa siendo una de esas figuras que, más allá de los géneros, ha trascendido su tiempo y es causa de opiniones encontradas.
Exponente del Siglo de Oro español, por la importancia de su obra, recibió los sobrenombres: Décima Musa y Fénix de la América.
Vida y Obra
Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana, universalmente conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, nació el 12 de noviembre de 1651 en la alquería de San Miguel de Nepantla, Virreinato de la Nueva España, México. Su padre, Pedro de Asbaje y Vargas, era un militar español y su madre, Isabel Ramírez de Santillana, una criolla de ascendencia india. Sor Juana fue la menor de tres hijas.
En la hacienda de su abuelo materno, aprende a leer y a escribir a la precoz edad de tres años. El descubrimiento de la biblioteca de su abuelo la inició en el gusto por la lectura. Su aguda inteligencia le permitió aprender todo lo conocido en la época. Según su primer biografo y amigo personal el padre Diego Calleja, a los ocho años ganó un libro por una composición breve en verso, compuesta en honor al Santísimo Sacramento. Su afán de saber era tal, que le pidió a su madre que la vistiera de hombre y la enviara a la Universidad.
En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Entre 1664 y 1665 se incorpora a la corte virreinal, que era uno de los centros más cultos e ilustrados del virreinato de Nueva España. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de la marquesa de Mancera, Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo, de hecho, la virreina se convirtió en su mecenas. Se cuenta que queriendo cerciorarse del saber real de la joven; por instrucciones del virrey, se reunió en el Palacio virreynal a cuarenta profesores de la unversidad, teólogos, filósofos, matemáticos y humanistas que la sometieron a un examen público en que Juana se defendió tan brillantemente, al decir del propio Virrey: “como una galera real entre un tropel de chalupas”.
En 1667 ingresa en el convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. donde permanecerá el resto de su vida, pues los estatutos de la Orden le permitían estudiar, escribir, celebrar tertulias y recibir visitas.
Algunos especialistas atribuyen su entrada a la vida religiosa a una decepción amorosa, aunque la verdadera razón, fue dada por la propia Sor Juana, muchas veces a varios de sus conocidos: “Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libro”.
En 1674 fallece su amiga y antigua mecenas, Leonor Carreto, a la que Sor Juana dedica varias elegías, destacando De la beldad de Laura enamorados.
El año de 1680 será muy significativo para la ciudad virreinal así como para Sor Juana, ya que compone el Arco Triunfal del Neptuno alegórico de los virreyes recién llegados, los marqueses de la Laguna. La obra impresionó gratamente a los virreyes, quienes le ofrecen su protección y amistad, en particular la virreina, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, a quien le unió una profunda amistad
A partir de este momento la fama de la monja jerónima así como su madurez en las letras van llegando de uno en uno, además de recibir apoyos económicos para sus proyectos personales y conventuales. Al mismo tiempo su buena relación con la Corte le permitió escribir más cada día. Con anterioridad a la publicación de sus obras completas, se habían editado ya algunos de sus villancicos en 1676 que continuarían hasta 1691. No sólo escribía poesía, para el año de 1683 se presentó en la ciudad mexicana, la comedia ganadora de un certamen en el que participó y salió ganadora: Los empeños de una casa.
El 3 de de 1688, muere su madre Isabel Ramírez. Gracias a la protección de la esposa del virrey, doña María Luisa Manrique de Lara, se publicó en Madrid en 1689, uno de los compendios más importante de toda su obra bajo el título de la Inundación Castálida. En esta edición española se dan a conocer todos los poemas bellísimos de Sor Juana que ya la habían consagrado más que como monja como una poeta de la vida, del amor y de los requiebros de los desamores. En este volumen pueden encontrarse sus conocidos sonetos, romances, redondillas, endechas, liras y otros géneros líricos.
Además de su poesía y de su drama ganador en el certamen, Los empeños de una casa, también escribió la comedia Amor es más laberinto (cuyo estreno fue en 1689). La primera es una obra que se debe toda a la escritora y la segunda la hizo en colaboración con Juan de Guevara (quien se encargó de el acto segundo). Las dos son típicas comedias de capa y espada o también llamadas en la península comedias de enredo, tienen el sabor del verdadero teatro de los siglos de oro españoles con tintes que van desde el teatro nacional de Lope de Vega hasta el teatro más complejo de Calderón de la Barca. De este último dramaturgo español también encuentra correspondencia con el otro gran género trabajado por la jerónima, se trata de tres autos sacramentales que escribiera Sor Juana: El cetro de José (en Madrid, 1692), El mártir del sacramento san Hermenegildo (también de 1692) y El divino Narciso (publicación en 1690). El primero de los autos sacramentales de carácter bíblico, el segundo histórico y el último mitológico.
Su creciente fama de mujer ilustrada molesta a su confesor, Antonio Núñez de Miranda, quien le reprocha “que se ocupe de tanto tema y amistades mundanas”.
Debate con la Iglesia
En 1690 el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz publica la Carta Athenagórica, cuyo nombre original fue La crisis de un sermón, en la que la religiosa hacía una dura crítica al famoso “sermón del Mandato” del jesuita portugués Antonio Vieyra (predicado en Lisboa desde 1650) y donde replica teológicamente acerca de las finezas de Cristo. Junto a la Carta, el obispo adjunta otra, bajo el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz y en la que, aun reconociendo el talento de Sor Juana Inés “le recomendaba que dejara de dedicarse a las humanas letras y se dedicase en cambio a las divinas, de las cuales sacaría mayor provecho”.
Al año siguiente, escribe la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla). Sor Juana da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento “no sólo les es lícito, sino muy provechoso”. La Respuesta es además una bella muestra de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales pueden concretarse muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa.
En el mismo año de la Respuesta, sor Juana publica en Puebla de los Ángeles los villancicos a Santa Catarina ex profesos para la catedral de Oaxaca. De la misma manera en la Respuesta ella declara haber escrito por propio gusto un papelillo “que llaman El sueño”. Poema filosófico de 975 versos escritos en una silva que sigue los modelos retóricos de la época y en el que la propia sor Juana declara que se ha escrito a semejanza de Las soledades de Góngora. Poema del poeta cordobés escrito hacia 1613. No obstante, la intención en el poema de sor Juana es la de plasmar un viaje del conocimiento y la impotencia de poder poseer todo al final del mundo iluminado, que quizá era también una forma de nombrar al conocimiento futuro; al siglo que llegaría pronto y del que sor Juana no llegaría a conocer.
Hacia el año de 1692 se publica el “Segundo volumen de las Obras de Soro Juana Inés de la Cruz” (Sevilla, 1692). Entre este año y el siguiente (1693) escribe sus interesantes Enigmas para la Casa do placer de las monjas portuguesas. A partir de esta fecha deja de escribir y se dedica más a las labores religiosas. Estudiosos de su vida y obra consideran que se trató de una conspiración misógina para obligarla a dejar de escribir, conminándola a cumplir las tareas propias de una monja.
Poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendía su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida religiosa. Su propia penitencia quedó expresada en la firma que estampó en el libro del convento y que se ha convertido en una de sus frases más célebres: “yo, la peor de todas”.
Tras desatarse una epidemia de peste que asoló la capital, pero especialmente el Covento de San Jerónimo, muere contagiada mientras cuidaba a sus hermanas de fe el 17 de abril de 1695.
En 1700 se publicó en Madrid: Fama y Obras phóstumas del Fénix de México, décima Musa, Poetisa Americana Sor Juana Inés de la Cruz.
Estilo
Toda la obra de Sor Juana Inés de la Cruz se caracteriza por la profundidad de sus cuestionamientos, ser elocuente, hacer análisis sobre el amor, defender la figura femenina, usar ampliamente los recursos literarios, los adjetivos, los silogismos, entre otros.
La poesía de Sor Juana Inés de la Cruz destaca por su originalidad y sensibilidad al exponer diversos temas de la vida, del amor y el desamor o la amistad. También abunda la temática ascética y mística, muy popular desde el renacimiento español, en la que la fervorosa espiritualidad de sor Juana se aunaba con la hondura de su pensamiento.
Los versos de sus poemas se caracterizan por ser innovadores para su tiempo, finales del barroco novohispano, en los que se puede apreciar un amplio uso del hipérbaton, entre otros recursos. Asimismo, expone versos cortos separados por signos de puntuación.
El teatro fue una de sus pasiones. En las comedias que escribió, se puede apreciar el gran cuidado que tuvo la autora para generar intrigas y malentendidos en el desarrollo de sus historias.
Legado
Resulta desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar de ser hermosa y admirada, sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica sensibilidad sin haber cumplido los veinte años.
El ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.
Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.
Fue un ejemplo para la mujer, de que a pesar de todo, puede ser escuchada cuando se propone defender su integridad.