El calendario que se usa para organizar, controlar y distribuir el tiempo de las actividades humanas lo conforman 365 días, aproximadamente, de 24 horas divididas en ciclos de luz y oscuridad, 52 semanas y doce meses que en conjunto constituyen un año.
El proceso de creación de este instrumento exigió la observación atenta del sol, la luna, las estrellas y los fenómenos naturales; las diferentes culturas lo modificaron para adaptarlo a sus intereses políticos, sociales, económicos o religiosos de la época.
Hace diez mil años los pueblos habitantes de Egipto y los valles de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, observaban, en sus horas de descanso, el cielo nocturno y en especial la luna. La consideraban una diosa digna de veneración por su capacidad gradual de presentar distintas caras. Así fue como decidieron que entre cada luna nueva celebrarían un día en honor a ella.
Así nació la primera semana de la historia de la humanidad; tenía 30 días, aproximadamente, y con el paso de los siglos se transformó en lo que hoy denominamos mes.
En su observación atenta, además, aquellos pueblos descubrieron que cada siete días, la luna presentaba otras tres formas creciente, llena y menguante que merecían también de adoración. Fueron, entonces, las cuatro fases lunares las que dieron origen a semanas de siete días con uno dedicado al descanso y la celebración en honor a este satélite natural de la Tierra.
Mientras tanto, los hombres se preocupaban por la principal actividad económica de aquellos días: la agricultura; por esta razón necesitaban conocer a la perfección las épocas ideales de siembra, cosecha y almacenamiento de alimentos. Con la observación y la práctica agrícola identificaron las estaciones del año, y al relacionarlas con las fases de la luna concluyeron que, por ejemplo, entre una primavera y otra ocurrían doce ciclos lunares. Así nacieron los meses del año.
El aporte romano
Los nombres y número de días que conforman nuestros meses fueron heredados del calendario republicano romano, un sistema de datación que evolucionó en Roma antes de la era cristiana, y que, se cree, fue instaurado por Rómulo, su fundador.
El calendario republicano romano, fue un sistema de datación que evolucionó en Roma antes de la era cristiana. Según la leyenda, fue Rómulo, uno de los fundadores de Roma, quien instituyó el calendario alrededor del año 738 a. C. Este sistema de datación, sin embargo, fue probablemente un producto de la evolución del calendario lunar griego, que a su vez se derivó del babilónico.
El calendario romano original parece haber tenido solo 10 meses: Martius: 31 días; Aprilius: 30 días; Maius: 31 días; Junius: 30 días; Quintilis: 31 días; Sextilis: 30 días; Septembris: 30 días; Octobris: 31 días; Novembris: 30 días; Decembris: 30 días
Los 61 días que faltaban para completar un año, los correspondientes al invierno, no estaban asignados a ningún mes. Todo ello tenía una explicación, ya que Roma era una civilización que basaba su economía en la agricultura, por lo que el calendario se utilizaba principalmente para organizar los trabajos del campo y, como el invierno era una época con pocas tareas que realizar, se le daba tan poca importancia que ni se incluía en el calendario. Con esta distribución, el año sumaba 304 días en total y de esos diez meses solamente cuatro tenían 31 días.
La llegada del rey Numa Pompilio trajo cambios. En el año 713 a.C. se procedió a alinear el calendario con los 12 ciclos lunares del año. De esta forma pasó a durar un total de 355 días y se introdujeron los meses de enero y febrero, los cuales se añadieron al final, correspondiendo a febrero el último día del año. Este calendario no se correspondía con el solar, por eso añadían días adicionales para poderlo sincronizar con las estaciones.
El primer calendario de 365 días fue desarrollado por los egipcios, basándose con casi total seguridad en sus observaciones del ciclo anual del Sol. Ante el desfase que se iba acumulando en el calendario romano con el paso de los años hasta tres meses, y tras reconocer el exitoso método de Egipto, Julio César encargó a Sosígenes de Alejandría la elaboración de un calendario nuevo en el año 45 a.C.
El astrónomo ajustó el calendario a 365 días, repartiendo las 11 jornadas de más entre todos los meses, los cuales pasaron de tener 29/30 días a 30/31, exceptuando febrero, que al ser el último en incluirse no entró en dicho reparto. Todo ello provocó que, para reajustar el calendario con las estaciones, el año 46 a.C. tuviera una duración de 445 días. En honor a la reforma llevada a cabo, el mes Quintilis, que se trasladó al séptimo lugar (al ocupar definitivamente enero y febrero los dos primeros), pasó a denominarse Iulius (julio), ya que era el mes del cumpleaños de Julio César.
A pesar de todos los cambios y reformas llevadas a cabo, aún quedaba un fallo por depurar, ya que los años bisiestos se sucedían cada tres en vez de cada cuatro años, por lo que el calendario quedaba nuevamente descompensado. Ese error fue arreglado por Augusto 36 años más tarde, cuando se estableció la secuencia correcta de los años bisiestos cada 4 años, siendo necesario eliminar varios días del año 9 a.C. para resincronizar de nuevo el calendario. En honor a esta última reforma, el mes Sextilis pasó a llamarse Augustus (agosto). Algunos historiadores consideran, que fue un intento de Augusto por emular con Julio César.
Por último, a modo de curiosidad, hay que destacar que hasta la actualidad el calendario gregoriano no ha conseguido regularse de forma completa, pues acumula un día de desfase cada 3.300 años, ni más ni menos.
Sin embargo, a pesar de los ajustes, el calendario juliano continuaba impreciso, tanto así que hacia el siglo XVI tenía diez días adicionales con respecto al ciclo astronómico. El papa Gregorio XIII reparó el error en 1582.
Eliminó once días del calendario de los países católicos para que el tiempo del hombre estuviera en armonía con las estaciones climáticas, decretó cuáles años de los siglos serían bisiestos, a través de una fórmula matemática, y estableció el 1 de enero como comienzo del año nuevo.
Este es el calendario que hoy utilizamos, con semanas de siete días y uno sagrado dedicado al descanso; se impuso con el triunfo del cristianismo sobre el imperio romano para luego esparcirse por el mundo.
El cálculo exacto de los días de un mes, y en consecuencia de la duración de un año, fue complejo, porque estuvo sujeto al movimiento irregular de los cuerpos celestes, lo que exigió observación frecuente y, en ocasiones, decisiones autoritarias para fijar o rectificar las fechas.
Por esta razón, el calendario es una convención mundialmente aceptada, para regular el tiempo de las sociedades humanas según sus estructuras sociales y políticas, sistemas económicos y culturales. Además está sujeto a los ritmos del universo y es resultado de observaciones y cálculos que dependen, también, del progreso de las ciencias y las técnicas.
Nuestro Blog estará compartiendo sobre la historia del nombre de cada uno de los 12 meses del año.
Enero
Toma su nombre del dios Janus, con doble rostro, uno que mira hacia adelante y otro que mira hacia atrás. Los romanos lo adoraban en un templo que permanecía abierto en tiempos de guerra, y cuyas puertas se cerraban durante la paz.
Era la divinidad de los principios y finales, y así todo romano piadoso que deseaba emprender un buen negocio o terminar felizmente una empresa, imploraba asistencia a Janus. Era así mismo guardián del cielo y los romanos le consideraban como protector de los atrios y puertas de sus hogares, razón por la cual se le representaba en tantas puertas. El templo de Janus tenía doce puertas, número que correspondía con los doce meses del calendario juliano.
A Janus se le atribuía la facultad de ver al mismo tiempo el porvenir y el pasado, por eso sus estatuas lo representan con dos caras, mirando en direcciones opuestas. Y si se tiene en cuenta que el comienzo del año es la ocasión oportuna de considerar el tiempo que se fue y de prever lo que se nos ofrece en perspectiva, se observa lo acertado de dicha representación simbólica. Es por tanto, Enero el mes que invita a reflexionar sobre lo que fue y lo que será.
La palabra enero, proviene de IANVARIVS (Januarius), que a su vez deriva de janua, puerta; porque el primer mes del año es el que inaugura y por decirlo así le da entrada.