La apasionante historia de amor entre el cubano y líder estudiantil Julio Antonio Mella y la fotógrafa italiana Tina Modotti tuvo una breve existencia: Solo cuatro meses, en los que los enamorados vivieron intensamente un amor bien correspondido, pero con un trágico final.
Assunta Adelaide Luigia Modotti, o simplemente Tina, vivió una vida excepcional. Nacida en 1896 en Italia, se mudó a San Francisco, EE.UU a los 16 años. Después fue a vivir a Hollywood, trabajó en estudios cinematográficos y filmó varias películas, haciéndose después un nombre detrás de las cámaras, como fotógrafa y reportera. En febrero de 1922 se fue a vivir a México.
En el país azteca hizo gran amistad con la pintora Frida Kahlo y con los grandes muralistas del renacimiento de la pintura mexicana, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros que le hicieron encontrar a Tina el camino del arte socialmente comprometido. Desde 1927 en adelante también se convirtió en miembro activo del Partido Comunista Mexicano, compromiso que marcó su obra fotográfica del período.
De piel morena, el pelo y los ojos negros, gran sentido del humor, Tina quería saber y comprenderlo todo. Un amigo la describió así: “No la llamaría bonita, sino bella. Sus rasgos eran muy italianos, había en ellos algo dramático. Uno se sentía inmediatamente atraído por ella, porque era muy comunicativa, una mujer a la que había que admirar, una mujer a la que todos querían inmediatamente”.
Otros la han descrito así: “Tenía una gracia extraordinaria, así que todos los hombres se enamoraban de ella, a pesar de que no hacía nada por provocarlo, aunque cuando decía lo que pensaba y sentía, inmediatamente te cautivaba. Tenía esa capacidad rara en las personas de encantar con la conversación. Era de buenos modales y gran suavidad, incluso cuando estaba enojada por algo, no lo decía con indignación, sino muy suavemente. Era un ser humano fuerte, bello e inolvidable”. Hay algunos que han querido culparla por la atracción que ejercía, por eso ella solía decir: “ningún ser es responsable de los sentimientos que despierta en los demás”.
Nacido en 1903, el líder estudiantil, antiimperialista y comunista Julio Antonio Mella es una de las figuras cimeras del movimiento revolucionario cubano en la república neocolonial. En Cuba había sido organizador del Primer Congreso Nacional de Estudiantes y fundador de la Federación de Estudiantes Universitarios, la Universidad Popular José Martí, la Liga Antimperialista y el Partido Comunista de Cuba. Encabezó la lucha contra la tiranía de Gerardo machado, fue obligado a a emigrar a México, donde continuó con extraordinaria fuerza su actividad revolucionaria la inteligencia, valor, el carácter indomable y su apego a defender las causas justas a favor del pueblo, el carismático líder cubano no convenía a los intereses del gobierno dictador plegado a los Estados Unidos. Por ese motivo estaba sentenciado a muerte.
A México llegó en enero de 1926. En esa etapa visitó Bélgica, Francia, Estados Unidos y su gran sueño: la Unión Soviética.
Julio Antonio y Tina se conocieron en 1928, en la capital azteca, en las oficinas del periódico El Machete, fundado por Rivera y Siqueiros, cuando ella tenía 32 años de edad y él 25; pero, según se afirma, ambos habían coincidido antes en actividades públicas políticas.
“Julio Antonio tenía una figura física como la de un Apolo. Era un hombre atractivo, de un metro 86 centímetros, o más. Varonil, de voz cálida, profunda. Ni grueso ni delgado, sencillamente fuerte, su físico y su conducta impresionaba, atraía al auditorio, casi podía decirse que lo fascinaba…”. Según testimonios de los que lo conocieron.
En esa época Julio Antonio estaba casado con la camagüeyana Oliva Margarita Zaldívar Freyre, (Olivín) quienes se habían conocido en la Universidad de La Habana. Fue una relación que se mantuvo a pesar del constante peligro y de la amenaza de muerte del joven revolucionario. Al principio fue una unión comprometida, tanto que Olivín viajó a México para reencontrarse con su esposo y pasar tantas privaciones, que la llevó a no consolidar su anhelo de ser madre con la muerte de su primer hijo durante el parto.
Pero ante las vicisitudes reiteradas, luego del segundo parto, ella decidió regresar a Cuba, para criar a Natacha como el fruto de un amor que no logró sobrevivir al peligro y a la constante amenaza de muerte con que vivió Mella en el país azteca.
Mientras, Tina Modotti mantenía una relación larga y armoniosa con Xavier Guerrero, uno de los creadores del periódico El Machete, un artista que en ese momento se encontraba en la Unión Soviética estudiando por tres años.
“Julio Antonio y Tina se conocieron en el verano de 1928. Según Rosendo Gómez, periodista de El Machete, un día vino Mella a la redacción del periódico para un asunto del Partido Comunista Mexicano, del que Julio Antonio ocupaba la secretaría general. Tina y Rosendo laboraban en la redacción de un artículo de un periódico italiano y Mella entró de repente, sólo saludó brevemente, pero noté, cuenta Rosendo, que la flecha voló hacia Tina que tenía siete años más que él. Fue el típico amor a primera vista, en ambos”.
Este valioso testimonio fue ofrecido por la cubana María Luisa Lafita, esposa de Pedro Vizcaíno Urquiaga, quien ajusticiaría a José Magriñat, principal ejecutor del asesinato de Mella, en 1933 en el Vedado de La Habana, en un duelo a tiros tras la caída de Machado. Ella fue una de las mejores amigas de Tina.
Tina lo contó luego así a su amiga María Luisa Lafita:
“El encuentro con Julio Antonio me confundió tanto que me sentí incapaz de pronunciar una palabra. Estuva como paralizada y no pude razonar normalmente. Después de esta gran impresión fuimos inseparables”.
“Muchos sospechaban que nos unía algo más que la ideología y la labor común. Durante dos meses me resistí contra lo que creí que era una traición a Guerrero que estaba en Moscú y no se merecía un engaño así. Por dos meses me negué a ceder al amor de Julio que insistía ansiosamente. Pero nuestra atracción fue muy pasional, algo más fuerte que la voluntad de ser fiel a Guerrero. El que me haya enamorado de Julio me causó un gran trauma. Yo era absolutamente honesta y aunque tuve muchos amantes, jamás tuve una dualidad, y no quería informar a Guerrero mediante una simple carta, no quería enfrentarlo al hecho consumado, así que, vísperas de la partida de un amigo común, le pedí que trasmitiera a Guerrero la realidad, y después le entregara mi carta”. En ella le decía con absoluta sinceridad:
“Me ha sucedido algo: me siento más un monstruo que un ser humano. A ti te parecerá igual. Me enamoré seriamente de alguien que conoces y que se llama Julio Antonio Mella. Él está preparando su divorcio y me ha pedido que vivamos juntos. Le he confesado mis sentimientos aunque no le he correspondido. Yo lo amo y él me ama a mí. Y este amor ha hecho posible algo que creía que no podría pasar nunca: que dejaría de amarte. He pensado en el efecto que este paso vaya a tener sobre tu acción revolucionaria. Esa es mi otra preocupación, pero creo que mi pequeña utilidad a nuestra causa no sufrirá, porque el trabajo para la causa no es, en mí, reflejo o resultado de amar a un revolucionario, sino una convicción profundamente arraigada en mí, y en eso te debo tanto a ti que fuiste quien me abrió los ojos, quien me ayudó cuando sentí el suelo de mis viejas convicciones temblar bajo mis pies. Y pensar que por todo lo que me ayudaste, así es como te estoy pagando”.
“La respuesta de Guerrero fue un telegrama, que es lo más generoso que recuerde”, escribió Tina. Sólo decía: “Recibí tu carta. Enamorarse es una de las cosas más hermosas de la vida. Adiós. Xavier Guerrero…”.
Con Tina, Mella experimentó un amor diferente: la absoluta armonía entre la felicidad personal y el compromiso social. Tina, además de artista, es revolucionaria, combatiente, militante comunista y como él, estaba en un país extranjero lista para enfrentar las más difíciles circunstancias y mantenerse firme a sus principios de luchar por un mundo mejor.
Nunca hubo entre ellos algo vulgar, una frase, una palabra, un gesto. Tina era tranquila y suave; Julio, muy nervioso y vital. Y ambos, muy pasionales, pero en público, increíblemente discretos, fue una relación tan corta como intensa.
En una de las cartas a Tina, Mella le escribe:
“Mía Cara Tinissima:
Puede ser que para ti fuera una imprudencia el telegrama, pues estás acostumbrada a llenarte de asombro por todo lo que hay entre nosotros. Como si fuera el crimen más grande el que cometemos al amarnos. Sin embargo, nada más justo, natural y necesario para nuestras vidas.
Tu figura no se me ha borrado en todo el trayecto.
Todavía te veo de luto, traje y espíritu, dándome el último saludo y como queriendo venir hacia mí. Tus palabras también las tengo acariciándome el oído. Y cuando llegué al trópico, y comenzó el festín del calor, con la selva y el cielo azul, ya sabes que me parecía ver en cada espesura su complemento: aquella espalda con aquel pelo negro, suelto como una bandera, que era mi consuelo al no poder verte. Bien, Tina, perdona que no sea largo, estoy agotado. Creo que voy a perder la razón.
He pensado con demasiado dolor en estos días y hoy tengo todavía abiertas las heridas que me ha producido esta separación, la más dolorosa de mi vida. Si ya te has serenado, escribe. Pon un poco de paz en mi espíritu. Cada vez que pienso en mi situación, me parece que estoy en la entrada de un cementerio. Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo. Tú dices que me quieres igual a mí. Si solucionamos esto, tengo la convicción de que nuestra vida va a ser algo fecundo y grande. Pero me repites lo de antes, que no estás dispuesta a soluciones. Por mi Tina, he tomado con mis propias manos mi vida y la he arrojado a tu balcón, cómplice de nuestros amores. Algunas veces he creído que soy un niño y me tienes lástima. Si no, explícame qué amor es este que me lleva a la desesperación. Dime cuál es la esperanza.
Si no deseas estar en México, nos vamos juntos a Cuba o a la Argentina. Tina, no está en mí suplicarte, pero a nombre de lo que nos amamos, dame algo cierto, algo que no sea humo. Conmigo no hay que temer, Allí va, no un beso, porque ya no tengo alma, pero sí un recuerdo muy cariñoso para mi madrecita. También esa lágrima que saltó sobre los tipos de la dactilográfica que tú has socializado con tu arte.
“Salud, camarada”
Las imágenes que Tina captó con el lente de su cámara son excepcionales y fueron símbolo de la belleza masculina de Julio Antonio.
En la noche del 10 de enero de 1929 caminaban juntos de regreso a su hogar en Ciudad de México, cuando le dispararon a Mella por la espalda esbirros de Machado. Al morir, le faltaban dos meses y medio para cumplir 26.
Tina, fue la profesional que hizo la última fotografía del joven revolucionario.
La prensa mexicana insistió en la implicación de Tina, y lanzó una campaña de difamación fundada principalmente en calumnias vinculadas con su hipotética moral sexual. Como sea, no pasó mucho tiempo hasta que los miembros del régimen de Machado empezaron a hacer alarde de haber contratado a los asesinos.
Tina es expulsada de México, del país azteca viaja a la URSS, donde llega a ser la segunda jefa del Socorro Internacional. Combate luego en España contra el fascismo, cura heridos y regresa a México. Muere tranquilamente de un infarto en un taxi mientras recorría las calles de Ciudad México, el 5 de enero de 1942. En la cartera, doblada y descolorida llevaba una foto de Julio Antonio.
Según señala la periodista Mercedes Santos Moray, en un artículo publicado en la revista Mujeres: “la leyenda de Tina Modotti y de Julio Antonio Mella ha vencido el tiempo y el olvido, como también las infancias, y nutre muchas páginas que testimonian la intensidad de esa pasión compartida, solo durante cuatro meses en una de las más hermosas historias de amor de nuestra América”.
Lea
Hermosa historia soy Cubana y me ha cautivado leer tan bonita historia de mella
Jorge Luis Benitez Ortega
Julio Antonio Mella fue llama viva, estrella fulgurante y joven, ejemplo para cada hombre que se dice revolucionario, intolerante con el gobierno que le toco vivir y demasiado maduro para sus 29 años