Juan Pedro Baró y Catalina Lasa. Foto tomada de Internet

Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, una historia de amor en La Habana del siglo XX

La vida está llena de amores difíciles, esos llamados imposibles. Son muchos los casos de enamorados con distinto origen, clase social, religión, color de la piel y problemas familiares.

Pero no todos los amores son los primeros, no todos son castos y sí, en ocasiones salen dañados terceros. Este conflicto abundaba en el pasado, cuando la mayoría de los matrimonios eran por conveniencia, sin dejar espacio al amor.

Algo así sucedió en La Habana de inicios del siglo XX.  Un tórrido romance en lo más conservador de la sociedad capitalina. La historia real de una pareja que vivió un amor tan arrollador que ha quedado en la historia de la nación. También ha sido uno de los escándalos más sonados, pues involucra adulterio, acusaciones de bigamia y al Papa.

Esta es la historia de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, dos amantes que debieron enfrentar a la sociedad y a la justicia para permanecer unidos.

Los protagonistas

Catalina Lasa del Río Nogueira, nació el 30 de abril de 1875 en Matanzas. De familia noble venida a menos, era considerada una de las mujeres más hermosas de Cuba: de piel blanca como el nácar, le adornaba un cabellera dorada y unos hermosos ojos claros. Se parecía a una diosa griega, aunque dicen que sus mayores atractivos, eran la elegancia y su fuerte personalidad.

Catalina Lasa y del Río Nogueira, una de las mujeres más bellas de su época. Foto tomada de Internet

Como tantas otras familias víctimas de una época políticamente convulsa y peligrosa, los Lasa tuvieron que emigrar a los Estados Unidos. La familia se radicó en Tampa entre los exiliados cubanos, y fue en aquel suelo extranjero donde la bella Cati conoció a Pedro Luis Estévez Abréu, único hijo de la famosa mecenas y patriota Marta Abréu y Luis Estévez Romero, un abogado habanero, quien llegaría a Vicepresidente del primer gabinete republicano. 

La joven pareja se desposó en Estados Unidos en 1898; y al término de las luchas por la independencia se mudaron a La Habana, donde fueron, desde el momento de su arribo, el centro de actividades sociales, aunque realizaban numerosos viajes a París, donde también tenían residencia. Catalina fue ganadora de concursos de belleza en La Habana en los años 1902 y 1904, era conocida por la prensa como “La maga halagadora”. El matrimonio tuvo tres hijos y al parecer estaba muy consolidado.

Juan Pedro Baró, nacido el 16 de mayo de  1861, era un riquísimo hacendado matancero propietario de varios ingenios y otros negocios ajenos al mundo azucarero. Descendía de José Baró Blanxard, ciudadano catalán radicado en la ciudad de Matanzas, quien llegó a ser uno de los más importantes tratantes de esclavos en toda la isla, negocio que dio origen a su inmensa fortuna. Aunque Baró Blanxard no era de noble cuna, logró que la Corona le concediera dos títulos nobiliarios: I marqués de Santa Rita y I vizconde de Canet de Mar, que heredaría su nieto Juan. Los antecesores de Juan tuvieron una hermosa hacienda en los alrededores de Matanzas, famosa porque en su construcción se emplearon materiales costosos y soluciones novedosas.  

Juan era un joven de refinada educación, había estudiado en los mejores colegios de la ciudad y también en escuelas de los Estados Unidos. El 2 de febrero de 1882, a los 19 años de edad, contrajo matrimonio con Rosa Varona y González del Valle, de diecisiete, hija de una familia de hacendados de gran reputación. Tuvo de ella dos hijos, Concepción y John.  Sin embargo, al inicio mismo de su casamiento Juan tuvo para con su esposa bien pocas consideraciones, quizás porque se trataba de un matrimonio acordado entre familias por conveniencia de intereses, y no de una unión impulsada por el amor. 

De temperamento ardiente, necesitaba una muy intensa y variada vida sexual, y para satisfacerla acudía por igual  a  prostitutas,  esclavas y  niñas del servicio de su propia casa. Esta conducta inmoderada e irrefrenable puso en peligro su matrimonio muchas veces, hasta que al fin, cuando sus hijos contaban once y  siete años respectivamente, doña Rosa abandonó el hogar conyugal y se trasladó a los Estados Unidos para establecer una demanda de divorcio por infidelidad contra su esposo. 

Juan Pedro Baró, acaudalado hacendado. Foto tomada de Internet

La pasión

En 1905, Catalina y su esposo asistieron a una fiesta, a la que entró deslumbrante  como una reina. Allí  conoció a Juan Pedro Baró, que ya por aquel entonces le sacaba 14 años de edad. La atracción mutua fue instantánea, se pudiera hablar de amor a primera vista.

Decididos a no esconder sus sentimientos, comenzaron una relación clandestina. Se daban cita en una suite del Hotel Inglaterra  para vivir su pasión sin límites. Todavía el divorcio no era legal en Cuba, por lo que la pareja estaba aparentemente condenada a desaparecer o continuar en el silencio.

Pronto, comenzaron los comentarios en la alta sociedad. Al ir en aumento las sospechas, Rosalía Abreu, tía de Pedro Luis decidió contratar los servicios de un detective para que la siguiera. Y fue precisamente en una suite del Hotel Inglaterra donde descubrieron a los amantes.

Ante tal hecho Catalina, le pidió a su esposo la separación, pero este no quiso aceptar.  Fue expulsada de su hogar, bajo la acusación de bigamia, perdiendo la custodia de sus hijos. Una vez el romance se hizo notorio, se refugió junto a su querido Juan Pedro, decidiendo mostrarse en público abiertamente. Así poco a poco la sociedad habanera comenzó a cerrarles todas las puertas.

Una anécdota cuenta que en una ocasión fueron al teatro Nacional y todos los presentes abandonaron la sala y dejaron sola a la pareja. Pero la orquesta siguió tocando y al final de la función, Catalina premió el gesto lanzando todas sus joyas a los músicos.

Presionado por miembros de su familia, Pedro Luis mandó a abrir un expediente judicial contra Catalina, y se dictó una orden de captura por bigamia. De inmediato, ella y Baró salieron secretamente de Cuba, rumbo a París.

En la capital francesa vivieron una etapa de paz, mas no estaban dispuestos a renunciar a todo. Ambos querían regresar a La Habana y vivir su amor sin esconderse. Por tanto, buscaron conseguir un estatus legal que les posibilitara continuar con su vida en Cuba. De esta manera marcharon  a Italia; su objetivo era solicitar una audiencia al Papa pidiendo la anulación del primer matrimonio de Catalina; y para sorpresa de los dos, el Papa los recibió y escuchó su historia. La máxima autoridad de la Iglesia Católica anuló el matrimonio religioso de Catalina  y los bendijo.

El regreso

Regresaron a la Isla en 1917, pues el presidente Mario García Menocal aprobó la Ley de divorcio, y ese mismo año se registró la separación de Catalina de su primer esposo. Teniendo el derecho a ser reconocidos como un matrimonio respetable,  volvieron a ser admitidos en los salones de la alta sociedad.

Baró no sabía qué hacer para hacer feliz a su esposa. Para agradarle y que el mundo viera la gran magnitud de su amor,  Juan Pedro Baró mandó a construir un espléndido palacete de estilo ecléctico  en el Vedado (ubicado en la Avenida Paseo, entre 17 y 19).

La mansión que Juan Pedro mandó a construir para Catalina (foto de la época). Foto tomada de Internet

Los célebres arquitectos de la época Evelio Govantes y Félix Cabarrocas proyectaron como una mezcla de los estilos Renacimiento Florentino y Art Déco, este último lanzado apenas dos años antes en la Exposición de París de París y último grito de la moda en Europa. La ejecución corrió a cargo de la constructora estadounidense Purdi and Anderson; mientras la decoración, en los estucos de los salones principales estuvo a cargo de la parisina Casa Dominique. 

Tras la pareja de leones (que aún hoy recibe al visitante en la entrada de la mansión), decoraban la puerta de entrada dos grandes columnas de terracota con capiteles dóricos. En el piso de mármol del vestíbulo imperaba un diseño  de pirámides truncas y rectángulos con cuadrados negros, y estuvo adornado por dos enormes huevos de mármol sobre pedestales, los cuales se encuentran actualmente en los fondos del Museo de Artes Decorativas.  El recibidor tiene puertas de caoba que comunican a la izquierda con la biblioteca, y a la derecha con el comedor.  Para complacer los gustos de Catalina, que amaba los espejos donde podía ver reflejada su belleza, Baró hizo llenar la casa de ellos.

En la biblioteca, Baró recibía a sus socios y realizaba negocios, además de fumar los finos habanos que solía degustar tranquilamente en solitario rodeado de un elegante mobiliario de cuero negro y caoba.

El comedor, amplísimo y ventilado, tenía estanterías empotradas para la vajilla y un juego de mesa para doce comensales diseñado por el hijo mayor de Catalina en el más puro estilo Art Deco; el nivel superior del piso fue recubierto por pastillas de mármol intercaladas con finas láminas de oro que ya no existen,  y en las ventanas se colocaron láminas de nácar. Una doble puerta corrediza de cristal da paso a una terraza que se abre sobre el jardín veneciano.

El comedor. Foto tomada de Internet

Una inmensa escalera helicoidal con pasamano laminado de plata nacía a un costado del vestíbulo, y exactamente a la mitad de la misma se alzaba un gran vitral de cristal francés, diseñado por la casa Billancourt de París, con los escudos de armas del doble título nobiliario ostentado por los Baró.

La espléndida escalera. Foto tomada de Internet

También en la planta baja está el famoso Portal del Sol, pequeña estancia abierta al aire libre y rodeada de vegetación, que se usaba como sala de estar; en su centro brotaba una bella fuente de mármol gris con piso de cerámica vitrificada, cuyo motivo se repetía en la lámpara. Las paredes estaban recubiertas de tabloncillos hasta la bóveda del techo, y mientras los dueños habitaban la casa, este tabloncillo  sirvió de soporte a una enredadera lujuriante.

En el piso alto se encontraban los dormitorios de Juan y Catalina, comunicados por un pasillo muy íntimo. El de ella en suaves tonos rosa y pisos de mármol gris, y el de él con piso de mármol alternando cuadros blancos y negros y paredes revestidas de caoba.

Catalina tenía un vestidor recubierto de espejos empotrados en marcos de plata. Todas las piezas del baño eran de mármol rosa.

Los jardines tenían estilos bien diferenciados con escaleras de mármol rosado, caminos de arena, árboles frutales, parterres floridos y fuentes y estatuas, estas últimas representaban bellos cuerpos de mujer desnudos o recubiertos con un velo. 

Se piensa que el monto final de la casa fue de cinco millones de pesos, lo que hoy equivaldría a unos sesenta millones de dólares.

La inauguración de la casa del matrimonio Baró-Lasa tuvo lugar con una gran recepción, en 1926. Hubo tulipas de importación en la entrada principal y champaña en los jardines; y una asistencia muy nutrida de las altas personalidades y figuras de sociedad, pues la pareja había acompañado astutamente las invitaciones con regalos que en algunas versiones fueron pinturas de reconocidos artistas cubanos, y en otras, joyas diseñadas por el afamado cristalero y joyero francés René Lalique, de quien Baró era generoso mecenas. No hubo invitaciones devueltas y finalmente, tras muchos años de rechazo y desprecio, la pareja tuvo su momento de apoteosis pública.

La crónica social en el Diario de la Marina apuntó “que en la construcción del palacete  se utilizaron arenas del Nilo, mármol de Carrara, y la más fina y moderna cristalería, al estilo Art-Noveau, en los cuales fue aplicada la novedosa la técnica del claro de luna, con la cual se logra un cristal con una transparencia lechosa”; todo lo que una reina hubiese podido desear. 

Hasta el Presidente de la República asistió; con anterioridad, ya la pareja le había ofrecido una cena en su honor, tras la promulgación de la Ley de Divorcio y la absolución del antiguo matrimonio. Se cree que fue justamente esa noche cuando Juan Pedro entregó a Catalina por primera vez la famosa rosa amarilla que él había concebido como homenaje a su belleza.

La casa fue calificada como la mansión más bella de La Habana. Resultando algo definitivamente innovador en la arquitectura cubana, y punto de referencia en cuanto a lujo insuperado se refiere.

Catalina y Juan Pedro. Foto tomada de Internet

Pero la felicidad fue esquiva para los enamorados. Cuatro años más tarde de vivir en el palacete, cuando más felices y tranquilos estaban Juan Pedro y Catalina, la salud de ella comienza a deteriorarse. La leyenda apunta que su esposo hizo cubrir los espejos para que ella no pudiese ver cómo su rostro y su cuerpo iban decayendo.

Juan Pedro lleva a Cati a Francia para un mejor tratamiento; sin embargo esta fallece en París, el 3 de noviembre de 1930, a la edad de 55 años. Muchas fueron las especulaciones que se levantaron alrededor de las causas de su muerte en varios medios de prensa. Algunos alegaron que fue por intoxicación debido a ingesta de pescado, otros a causa de un infarto y algunos a por una neumonía. Lo cierto es que su esposo quedó desolado.

El cadáver de Catalina Lasa fue embalsamado y trasladado a Cuba. En el Diario de la Maria, importante publicación de la época se lee la noticia el 31 de diciembre de 1930: “Próximos a llegar los restos queridos, el vapor francés Mexique que tomará puerto del viernes al sábado, trae el cadáver de la Sra. Catalina Lasa de Pedro. La pobre Catalina cuya muerte tanto ha llorado la sociedad de La Habana, viene en capilla ardiente. Cubierta de flores, orquídeas, azaleas, de tan buenas que se renuevan cada día para conservarlas siempre lozanas. Del muelle será trasladada directamente al Cementerio de Colón en cuya Capilla Central se le cantará un responso figurando en el fúnebre cortejo los que fueron sus amigos”.

En el Cementerio de Colón, su esposo había dispuesto la construcción de un mausoleo donde ambos pudieran descansar. La construcción del mausoleo fue un acto de desafío y elegancia: un año demoró la construcción. Diseñado como un rectángulo frontal de mármol de Bérgamo, con una semicúpula que iluminaban ventanales y una cruz de cristal, en tonos malvas y áureos. Estos fueron encargados a René Lalique.

Mausoleo de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró en el Cementerio de Colón. Foto tomada de Internet

En su interior, mamparas del mismo artesano, que repetían en cristal dorado el motivo de la rosa Catalina Lasa. Dos angelotes tallados en la puerta velaban el sueño de la dama, recreados con líneas sobrias de un Art Déco en pleno apogeo. Dibujados de acuerdo con la ley de frontalidad, estos ángeles muestran un cierto sabor egipcio. Con su única mano bendicen hacia el suelo una columna vertical de rosas encadenadas. Ubicado frente al mausoleo de los bomberos fallecidos en trágico incidente, Baró sembró dos palmas a la entrada, para que cuando crecieran superasen la altura de ese otro monumento al que el suyo se enfrentaba.  Este último homenaje a la mujer que tanto amó costó medio millón de pesos y quedó terminado en 1932.

Los majestuosos ángeles de la puerta. Foto tomada de Internet

Juan Pedro Baró visitó durante cada mañana el mausoleo de Catalina hasta que murió una década después. Fue enterrado en el panteón, y sus tumbas quedaron clausuradas para el descanso eterno. La leyenda asegura que fue sepultado de pie, como guardián celoso del descanso de quien tanto amara.

El edificio forma parte de la más valiosa arquitectura del Cementerio de Colón. Sin embargo, en los años 90 comenzó a sufrir graves deterioros: vándalos  y ladrones de todo tipo, saquean el mausoleo atraídos por la codicia que despierta la leyenda sobre un lujoso enterramiento.

En  los últimos años se ha proyectado su restauración, sin embargo  la complejidad patrimonial del panteón exige un estudio para su reparación.

Después…

Al fallecer Juan Pedro Baró, su hija alquiló la casa a la embajada de Francia. Posteriormente tuvo otros destinos hasta que se instaló allí la Casa de la Amistad. Una visita al lugar permite el acercamiento al mundo íntimo de Catalina y Juan Pedro.

Así luce actualmente la casa que Juan Pedro mandara a construir a Catalina. Foto tomada de Internet

Nace la leyenda

Era tanta la belleza de Catalina Lasa que sirvió de musa para un perfume y una rosa, elementos tan delicados y elegantes como ella misma.

El Habanita es un perfume femenino que revolucionó la industria de la perfumería en el año 1921, tanto en diseño del frasco, realizado por René Lalique, como su aroma, al convertirse en la primera fragancia oriental de la historia donde el vetiver, hasta la fecha reservado para las fragancias masculinas, seduce a las mujeres. Molinard, perfumista francés, quedó encantado al conocer a Catalina Lasa y la inspiración lo llevó a crear esta joya.

Habanita, el perfume inspirado en Catalina, en una de sus versiones modernas. Foto tomada de Internet

Sobre la rosa Catalina Lasa corren diversas versiones: se dice que fue el famoso arquitecto y paisajista francés Jean- Claude Nicolas Forestier, diseñador de los jardines de la casa, quien la creó a base de injertos; pero también que fue encargada por Baró al jardín El Fénix, elegante floristería habanera de la época. Al parecer se trató de un regalo de cumpleaños. La rosa, de pétalos anchos y puntiagudos que alternan el rosa tenue con el amarillo vivaz, color preferido de Catalina, no tardó en convertirse en novedad y durante muchos años fue costumbre habanera que las novias llevaran esta flor en su ramo o corsage, en homenaje a la mujer que había inspirado tan grandes amores…

El amor entre Catalina Lasa y Juan Pedro Baró es una leyenda acogida con los años por la cotidianidad habanera como muestra del amor sublime y total, no es un mal epílogo para una unión denostada en vida y que ha trascendido a la mera existencia de los cuerpos para rondar por el místico camino de la eternidad. 

Esta pareja quedará en la historia de esos amores difíciles y verdaderos que se vuelven leyendas.

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comment 1 comment
  • Misosa

    Hermosa y trágico final de una historia de amor. De la arquitectura….no encuentro palabras adecuadas para referirme a tan lujosa y auténtica refinada arquitectura del siglo XX. Hermoso!!!!!

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