Gustavo Adolfo Bécquer (detalle de un retrato realizado por su hermano Valeriano, c. 1862). Foto tomada de Internet

Gustavo Adolfo Bécquer: Poeta vivo

Máximo representante de la poesía posromántica, tendencia que tuvo como rasgos distintivos la temática intimista y una aparente sencillez expresiva, alejada de la retórica vehemencia del romanticismo. 

Vida y Obra

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836. Hijo de don José Domínguez Bécquer, (originalmente Becker, nombre flamenco, cuyos antecesores habían emigrado a España en el siglo XVI); pintor costumbrista de notable éxito, especialmente entre los viajeros ingleses de la época y de doña Joaquina de la Bastida y Vargas. Su hermano, Valeriano, llegó a ser un reconocido pintor y realizó el retrato más conocido de Gustavo Adolfo. 

Cuando el pequeño contaba cinco años murió su padre y a los once muere su madre. Su tío Joaquín Domínguez Bécquer, también importante pintor sevillano, se hizo cargo de los hermanos.

El joven Bécquer estudió en el colegio de San Telmo de Sevilla en condición de pobre pero de familia noble. En el instituto de la ciudad estudió humanidades y pintura. Su educación literaria, dirigida en el Instituto sevillano por el intelectual Francisco Rodríguez Zapata, fue clasicista, con especial aprecio a los poetas latinos y españoles del Siglo de Oro.

En octubre de 1854 se trasladó a Madrid, con la intención de hacer carrera literaria. Sin embargo, el éxito no le sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una Historia de los templos de España, comenzada en 1857, fue un fracaso, y sólo consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para poder vivir hubo de dedicarse al periodismo y hacer adaptaciones de obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en colaboración con su amigo Luis García Luna, adoptando ambos el seudónimo de Adolfo García.

Para ganar algún dinero escribió en colaboración con sus amigos, comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856) y La venta encantada, basada en el Quijote. Por estos años el poeta adopta definitivamente el segundo apellido paterno, Bécquer.

Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba de tuberculosis, aunque algunos biográfos se decantan por la sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, según ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque durante mucho tiempo se creyó erróneamente que se trataba de Elisa Guillén, con quien el poeta habría mantenido relaciones hasta que ella lo abandonó en 1860, y que habría inspirado las composiciones más amargas del poeta. 

En 1859 Bécquer terminó un sainete: Las distracciones; y al año después se estrenaron Tal para cual y La cruz del valle, y se publicaron algunas de sus Rimas. También en 1860 Bécquer comenzó a publicar en El contemporáneo.

En 1861 contrae matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía de su hermano Valeriano, en las escapadas de éste a Toledo para pintar. La etapa más fructífera de su carrera fue de 1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el monasterio de Veruela en 1864, donde el poeta se había refugiado para reponerse después de otro ataque de tuberculosis, le inspiró Cartas desde mi celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas. 

Gustavo Adolfo Bécquer hacia 1864, retratado por J. Laurent. Foto tomada de Internet

Económicamente las cosas mejoraron para Bécquer a partir de 1866, año en que obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas, publicadas en parte en el semanario El museo universal. Pero con la revolución liberal de 1868, el poeta perdió su su puesto oficial, al tiempo que cayó el ministro, protector y admirador de Bécquer, Luis González Bravo. Además su matrimonio también fracasó: su esposa lo abandonó ese mismo año.

Acompañado de sus dos hijos, fue a Toledo a vivir con su hermano, y allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas, cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada durante la revolución septembrina. De nuevo en Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración de Madrid, en la que también trabajó su hermano como dibujante. El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano.

Enfermizo por toda la vida, Gustavo Adolfo Bécquer se murió de la llamada “enfermedad romántica,” la tuberculosis, a la edad de 34 años, el 22 de diciembre de 1870.

Vicente Palmaroli, Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte (1870-1871). Museo Romántico, Madrid. Foto tomada de Internet

Sus rimas y poesías fueron compiladas y publicadas póstumamente por sus amigos. Fue tan buen poeta como prosista. Las Rimas se encuadran dentro de dos corrientes heredadas del Romanticismo: la revalorización de la poesía popular y la llamada estética del sentimiento.

Primera edicion de las Obras de Gustavo A. Bécquer

Estilo

La inmensa fama literaria de Bécquer se basa en sus Rimas, que iniciaron la corriente romántica de poesía intimista inspirada en Heine y opuesta a la retórica y ampulosidad de los poetas románticos anteriores. La crítica literaria del momento, sin embargo, no acogió bien sus poemas, aunque su fama no dejaría de crecer en los años siguientes.

Las Rimas, tal y como han llegado hasta nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas, setenta y seis se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto, suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original (el llamado Libro de los gorriones, actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid).

El contenido de las rimas ha sido dividido en cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria; el segundo (XII a XXIX), trata del amor y de sus efectos en el alma del poeta; en los poemas del tercer grupo (XXX a LI) predominan el desamor y el desengaño; y los del cuarto (LII a LXXXVI) muestran al poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo. Las Rimas se presentan habitualmente precedidas de la “Introducción sinfónica” que, probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra.

Su prosa destaca, al igual que su poesía, por la gran musicalidad y la sencillez de la expresión, cargada de sensibilidad; siguiendo los pasos de autores como E.T.A. Hoffmann y Edgar Allan Poe, sus Leyendas recrean ambientes fantásticos y envueltos en una atmósfera sobrenatural y misteriosa. Destacan por ese ambiente de irrealidad, de misterio, situado siempre sobre un plano real que deforma y desbarata.

Así, en La Corza blanca, donde la protagonista se transforma de noche en el citado animal; o en El monte de las ánimas, en la que el mismo escenario de un paseo amoroso se transforma en el campo del horror fantasmal y en la que el terror llega hasta la alcoba mejor defendida y adornada; o, por fin, en Los ojos verdes y, sobre todo, El rayo de luna, donde lo irreal, enfrentado a la realidad, hace optar a los protagonistas por el sueño, por la locura en la que quieren vivir lo que la realidad les niega. Son logradas las descripciones de ambientes: el barullo de la entrada en la catedral en Maese Pérez, el organista, el silencio del claustro en El rayo de luna o las procesiones fantasmales de La ajorca de oro y El Miserere.

La obra de Bécquer ejerció un fuerte influjo en figuras posteriores como Rubén Darío, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez y los poetas de la generación del 27, y la crítica lo juzga el iniciador de la poesía española contemporánea. Pero más que un gran nombre de la historia literaria, Bécquer es sobre todo un poeta vivo, popular en todos los sentidos de la palabra, cuyos versos, de conmovida voz y alada belleza, han gozado y siguen gozando de la predilección de millones de lectores.

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