“Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, afirmó la poetisa estadounidense Emily Dickinson, cuya obra, por su especial sensibilidad, misterio y profundidad, ha sido celebrada como una de las más grandes del habla inglesa de todos los tiempos.
Su legado, sin duda alguna, hace más que justicia a esa apasionante experiencia que ella definió como poesía.
Vida y Obra
Emily Elizabeth Dickinson nació el 10 de diciembre de 1830, en Amherst, Massachusetts, Estados Unidos, en el seno de una familia acomodada y culta. Su abuelo, Samuel Fowler Dickinson, fue fundador de la Universidad de Amherst. Su padre, Edward Dickinson, miembro del Congreso y tesorero del Amherst College, fue un abogado culto y austero, según el estilo burgués de Nueva Inglaterra, y su madre, Emily Norcross, se dedicó al cuidado del hogar y a criar a Emily y sus dos hermanos, Austin, el mayor, y Lavinia, la pequeña.
Tanto Edward como Emily se aseguraron de que sus tres hijos tuvieran una buena educación. En 1840, dos años después de que la Academia de Amherst aceptara a mujeres, inscribieron a Emily para que empezara el colegio.
Durante siete años, Emily estudió literatura, religión, historia, matemáticas, geografía, biología, griego y latín. Además, recibía clases de piano con su tía, tenía canto los domingos y aprendió floricultura, horticultura y jardinería. Tras atender a una clase de botánica, Emily quedó tan fascinada que empezó a elaborar su propio herbario, en el que acumuló cientos de plantas y flores prensadas, con sus respectivos nombres en latín.
Dada su inagotable sed de conocimiento, Emily profundizó por su cuenta en otros estudios. Pronto aprendió los nombres de todas las estrellas y constelaciones. También memorizó el nombre de las decenas de flores silvestres que crecían en la región y sabía perfectamente dónde encontrarlas. Todo este conocimiento lo plasmó en su vasta producción poética.
Después de graduarse en el Amherst College, en 1847, Emily se matriculó en el seminario femenino Mount Holyoke, viviendo por primera vez fuera de su casa. Allí intentaron que Emily se impregnara de lleno en la religión, con el fin de prepararla como misionera. Pero Emily en seguida advirtió que la vida religiosa no le interesaba y se negó a seguir ese camino, siendo clasificada como una de las pocas alumnas “no convertidas” del centro, a pesar de ello, era muy popular en el seminario. Su portentosa imaginación hacía que siempre estuviera rodeada por un grupo de niñas ansiosas de escuchar sus relatos, extraños y sumamente divertidos.
En la primavera de 1850, Emily enfermó, y su padre envió a buscarla. Después, ya no volvió a estudiar nunca más. Aún así, la joven llegó a tener una educación mucho más profunda que la de las mujeres de su época.
Desde su alejamiento del seminario hasta su muerte, Emily vivió tranquilamente en la casa de su padre, lo que no era raro para las mujeres de su clase. Nunca se casó.
De sus hermanos, Emily era muy unida a su hermana Lavinia, que fue su compañera y amiga durante toda la vida. Mujer brillante e inteligente, Lavinia sentía una profunda adoración por su hermana y por su talento poético. Las pocas confidencias íntimas que se conocen de Emily provienen de Lavinia. Fue la descubridora de las obras de Emily tras su muerte y se convirtió en la primera compiladora y editora de su poesía.
Al regresar a su hogar, Emily retomó sus costumbres: trabajar en su invernadero, observar la naturaleza y desarrollar su talento poético. Emily iba a la iglesia, salía de compras, paseaba a su perro y asistía tanto a exposiciones como a funciones benéficas. También disfrutó de diversas amistades y de las reuniones sociales y fiestas que se celebraban en la casa colindante a la suya, donde vivían su hermano mayor Austin y su amiga de la infancia Susan Huntington Gilbert, que habían contraído matrimonio en 1856.
Emily y Susan, que habían sido compañeras de estudios en la Academia de Amherst, mantuvieron una extensa correspondencia durante toda la vida, pese a vivir a apenas cien metros de distancia. Estas cartas ponen de manifiesto que las dos mujeres fueron intimas y confidentes. De hecho, Susan fue una de las pocas personas a las que Emily dejó leer sus poemas e incluso le sugirió algunos cambios (que Emily nunca llegó a realizar). Varios biógrafos de Emily Dickinson creen que los más de 300 poemas de amor de la autora fueron escritos enteramente para Susan. Entre ellos destaca el evidente “Una Hermana tengo en nuestra casa”, “Noches salvajes” y “Poseer una Susan mía / es de por sí una dicha”.
Pero aquella no fue la única experiencia amorosa de Emily Dickinson. En sus poemas y cartas hay referencias a otra historia cuyo final trágico atormentó a la autora. Los estudiosos de su vida se dividen en dos posibilidades. Unos apuntan a que la persona a la que van dirigidos los poemas fue su preceptor Benjamín Newton, diez años mayor que Emily; un joven de gran intelecto y amabilidad, que le recomendaba qué autores debía leer, a qué poetas admirar y le impartió muchas enseñanzas artísticas y religiosas. Parece ser que el señor Edward Dickinson se las arregló para que Newton abandonara Amherst a finales de 1849, para nunca más regresar.
Otros consideran que la poetisa en su juventud conoció y se enamoró del reverendo Charles Wadsworth, quien estaba casado y que se marchó de Amherst para evitar el romance. Sin embargo varios años después, una tarde del verano de 1880, Wadswort golpeó a la puerta de la casa de los Dickinson. Lavinia abrió y llamó a Emily a la puerta.
Al verlo, se produjo el siguiente diálogo, perfectamente documentado. Emily le dijo: “¿Por qué no me ha avisado de que venía, a fin de prepararme para su visita?”, a lo que Charles respondió “Es que yo mismo no lo sabía. Me bajé del púlpito y me metí en el tren”. Ella le preguntó, refiriéndose al trayecto entre Filadelfia y Amherst: “¿Y cuánto ha tardado?”. “Veinte años”, susurró el presbítero.
Charles Wadsworth murió dos años después, el 1 de abril de 1882. Emily tenía 51 años, y quedó sumida en la más absoluta desesperación.
Al cumplirse el primer año de la muerte de Charles Wadsworth escribió: “Toda otra sorpresa a la larga se vuelve monótona, pero la muerte del hombre amado llena todos los momentos y el ahora. El amor no tiene para mí más que una fecha: 1 de abril, ayer, hoy y siempre”.
Influencias
Emily Dickinson era una ávida lectora, las principales influencias que tuvo en su poesía fueron: la Biblia, los periódicos de su ciudad, la obra de William Shakespeare, único autor de quien reconoció haber leído las obras completas, y la del poeta y pensador Ralph Waldo Emerson.
Varios poemas de Emily se basan en textos bíblicos que leyó desde su infancia. En el colegio, Emily escribía sermones burlescos para divertir a sus compañeras. El sutil ingenio de Emily, conseguía conjuntar los textos religiosos con el humor juvenil.
Amiga de los editores Samuel Bowles (1826-1878) y Josiah Gilbert Holland (1819-1881), seguía con entusiasmo su periódico The Springfield Republican. En ese diario se publicaban fragmentos escogidos de autores de la talla de Washington Irving, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne y Harriet Beecher Stowe.
Emily confesaba que sus autores preferidos eran: Washington Irving, Charles Dickens, John Keats, Lord Byron y Robert Browning. Amaba la obra poética de Elizabeth Barret Browning y solía leer traducciones de la francesa George Sand. También le agradaban Charlotte Brontë y las poesías de su hermana Emily.
Durante su juventud y madurez, Emily conoció a intelectuales a los que pidió consejo sobre la creación artística y quienes la instruyeron y le recomendaron lecturas. El último fue el escritor y abolicionista Thomas Wentworth Higginson (1823- 1911), a quien la poetisa conoció cuando tenía 31 años. En todas las cartas que intercambiaron, Emily siempre se dirigió a él como Maestro. Preocupada por la calidad de su obra, Emily le escribió una vez: “Señor Higginson: ¿está usted demasiado ocupado? ¿Podría hacerse un momento para decirme si mis poemas tienen vida?”.
En vida, Emily únicamente publicó seis poemas. Los cuatro primeros aparecieron en el diario que dirigía su amigo Samuel Bowles, aunque se desconoce si la autora dio su consentimiento. El quinto, titulado The Snake se publicó nuevamente en The Springfield Republican, en contra de la voluntad de Emily.
El último, El éxito se cuenta como lo más dulce, publicado como Éxito, se debió a la insistencia de la poetisa y escritora Helen Hunt Jackson (1830-1885). Jackson le escribió por primera vez a Emily el 20 de agosto de 1876, para invitarla a participar en una antología poética llamada Una mascarada de poetas.
Emily apeló a su mentor, Higginson para que le dijera a Jackson que desaprobaba la contribución, pero Jackson insistió: “¡Qué maravillosas carpetas llenas de versos debes tener ahí! Es un cruel error para tu época y tu generación esa rotunda negativa a darlos a conocer”.
Reclusión
Muy pronto decidió aislarse del mundo, manteniendo contacto solamente con unas pocas amistades. A los veintitrés años, Emily tenía conciencia de su propia vocación casi mística, y a los treinta su alejamiento del mundo era ya absoluto, casi monástico.
Ya en 1862 se la veía ya muy poco por la ciudad. En 1864 viajó a Boston para visitar a un oculista y repitió el viaje al año siguiente. Nunca volvió a viajar, ni siquiera para acudir a la cita que el médico le había concertado para 1866.
Cuando su maestro y amigo Thomas Wentworth Higginson le preguntó en 1864 si había ido a ver a su médico, le respondió: “No he podido ir, pero trabajo en mi prisión y soy huésped de mí misma”.
En 1870, a pesar de los ruegos de Higginson para que saliera, la decisión de encerrarse era ya definitiva: “No salgo de las tierras de mi padre; no voy ya a ninguna otra casa, ni me muevo del pueblo”.
Retirada en la casa paterna, se dedicaba a las ocupaciones domésticas y garabateaba en pedazos de papel (con frecuencia ocultados en los cajones) sus apuntes y versos que, después de su muerte, se revelaron como uno de los logros poéticos más notables de la América del siglo XIX. En su aislamiento sólo vistió de color blanco (“mi blanca elección“, según sus propias palabras), rasgo que expresaba la ética y transparencia de su poesía.
Durante los tres últimos años de su vida (1884–1886) no salió tan siquiera de su habitación. Emily Dickinson se refugió en la poesía, pero se negó rotundamente a publicar sus poemas. Le leía algunos a su prima Clara Newman y escribía otros para su cuñada Susan Gilbert.
Las misivas de esta época son poemas en prosa, que muestran una actitud vital, atenta y brillante que encantaba a los destinatarios. Desmintiendo los rumores de enfermedad mental que muchos creían era producto de su decisión de recluirse. Disfrutaba mirando a los niños que jugaban en el terreno vecino.
Cuando murió su sobrino menor, el último hijo de Austin y Susan, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright, la misma nefritis que acabó con Mozart.
A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: “Me llaman”. Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte, el 15 de mayo de 1886.
Poco después de la muerte de la poetisa, su hermana Lavinia descubrió, ocultos en su habitación, 40 volúmenes encuadernados a mano, que contenían la parte sustancial de la obra de Emily: más de 800 poemas nunca publicados, ni vistos por nadie.
La fe de Lavinia en la importancia de la obra de su hermana, protegió una gran herencia para la posteridad. Lavinia hizo comprender al mundo que “la poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato”.
El resto de su obra la constituyen las poesías que insertaba en sus cartas, la mayoría de las cuales pertenecen a los descendientes de sus destinatarios y no se hallan a disposición del público.
Legado
George Frisbie Whicher, uno de sus biógrafos escribió acerca de su naturaleza poética: “Era una especialista de la luz“. Su escritura puede ser descrita como producto de la soledad, del retiro de cualquier tipo de vida social, incluida la relativa a la publicación de sus poemas. De ella dijo el poeta y narrador argentino Jorge Luis Borges: “No hay, que yo sepa, una vida más apasionada y solitaria que la de esa mujer. Prefirió soñar el amor y acaso imaginarlo a tenerlo“.
Sus primeros poemas fueron convencionales, según el estilo corriente de la poesía en esos momentos, pero ya a comienzos de 1860 escribió versos más experimentales, sobre todo en lo que respecta al lenguaje y a los elementos prosódicos. Su escritura se volvió melódica y a la vez precisa, despojada de palabras superfluas y exploradora de nuevos ritmos, unas veces lentos y otras veloces, según el momento y la intención y no como un patrón rígido, como era usual.
Su poesía devino intelectual y meditativa, sin que esto supusiera una merma de su sensibilidad. Actualmente algunos especialistas subrayan esa complejidad intelectual, pues por lo general la crítica había jerarquizado su lirismo como un valor supremo, o su feminidad como categoría poética que la separaba de los demás autores norteamericanos. En su poesía pesan la extrañeza y la oscuridad como cualidades esenciales, y la sutilidad dialéctica entre las imágenes, las sensaciones y los conceptos.
La poesía de Emily Dickinson es única y prácticamente inclasificable. Por eso, sus versos han ido ganando importancia y reconocimiento a medida que han pasado las décadas, acrecentando la sensación de que Emily Dickinson escribió para los lectores del futuro.
Poemas de Emily Dickinson
Certidumbre
Yo jamás he visto un yermo
y el mar nunca llegué a ver
pero he visto los ojos de los brezos
y sé lo que las olas deben ser.
Con Dios jamás he hablado
ni lo visité en el Cielo,
pero segura estoy de adónde viajo
cual si me hubieran dado el derrotero
Ensueño
Para fugarnos de la tierra
un libro es el mejor bajel;
y se viaja mejor en el poema
que en el más brioso y rápido corcel
Aun el más pobre puede hacerlo,
nada por ello ha de pagar:
el alma en el transporte de su sueño
se nutre sólo de silencio y paz.
La sortija
En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido y bello.
Y me dormí sobre la yerba fina.
Al despertar miré sobresaltada
mi mano pura entre la tarde clara.
La sortija entre mi dedo ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
es un recuerdo de color dorado.
Qué misterio habita dentro de un pozo!
Qué misterio habita un pozo!
El agua vive tan lejos
Una vecina de otro mundo
Residiendo en una jarra.
De su límite nadie ha visto nunca
salvo su tapa de vidrio
es como mirar cada vez que quieras
en un rostro del abismo!
La hierba no parece asustada,
Yo a menudo la admiro
puede levantarse tan cerca y mirar tan valiente
lo que es terrible para mí.
Emparentados de algún modo pueden estar,
el junco detenido cerca del mar
donde no tiene suelo
y no revela ningún temor.
Pero la naturaleza es una extraña todavía;
aquellos que más la citan
nunca han traspasado su casa encantada
ni simplificado su fantasma.
Apiadarse de aquellos que no la conocen
está ayudado por la pesadumbre de saber
que quienes la conocen, la conocen menos
cuanto más cerca de ella están.