El siglo XVIII es también conocido como el Siglo de las Luces, ya que surgen movimientos culturales y filosóficos que buscan avanzar en el conocimiento humano y cambiar el antiguo régimen. Entre estos movimientos se destacan la Ilustración y el Enciclopedismo.
Los ilustrados del siglo XVIII luchaban contra la ignorancia y creían que la cultura era fuente de felicidad. Por eso nacen las Sociedades Económicas de Amigos del País, para la mejora del comercio, agricultura e industria. Muchas de estas Sociedades impulsan la creación de nuevas bibliotecas.
Durante este siglo se despierta un mayor interés por la lectura, favorecido por la publicación de libros en lenguas vernáculas. La cultura secular se impone sobre la religiosa. Los libros religiosos se reducen a un tercio y también desciende las ediciones en latín.
Este siglo también se conoce como el siglo de las revoluciones, ya que es en esta época cuando tienen lugar la revolución estadounidense, la revolución industrial en Inglaterra y la revolución francesa.
Las ideas de libertad, igualdad y fraternidad, trilogía ideológica de la Revolución Francesa, hicieron que estos tres ideales penetraran en el mundo bibliotecario; ejerciendo gran influencia en cuanto al derecho a la lectura y el libre acceso a las fuentes del saber, comenzando a dar servicio a todo tipo de personas.
El concepto de biblioteca cambia, ya no es solo un lugar para almacenar libros, se convierte en un organismo vivo en continuo crecimiento y que está cerca de las necesidades de quienes leen. Para atender la demanda surgen en las principales ciudades grandes bibliotecas públicas. También se abrieron al gran público muchas bibliotecas de colegios, conventos y universidades. Surgen también las primeras bibliotecas de socios o suscriptores; quienes participaban podían tomar prestados libros gratuitamente, mientras que los demás debían depositar una fianza y abonar una pequeña tarifa por la lectura.
Una fórmula parecida fue la de las bibliotecas de préstamo, llamadas en Inglaterra circulating libraries. Eran una iniciativa privada, impulsada por los mismos libreros, que ofrecían a sus clientes la posibilidad de tomar prestadas las últimas novedades del mercado editorial a cambio de una cuota.
En París se ponen de moda los gabinetes de lectura, que ofrecían por una cantidad determinada, asiento a los lectores de libros y periódicos. Este sistema se extendió a otros países europeos.
Las bibliotecas bien dotadas permiten hacer del proceso de razonamiento científico una tarea mejor acompañada de instrumentos valiosos como lo son los libros. Será a partir de entonces que nunca más podrá disociarse a la filosofía y la ciencia del uso y aprovechamiento de las bibliotecas.
Los Bibliotecarios
El bibliotecario ideal del siglo XVIII era un erudito cuyo conocimiento en libros era verdaderamente enciclopédico. Con esa instrucción podía establecer una colección correspondiente a las necesidades intelectuales de la ilustración caracterizado por una tendencia crítica. Y podía catalogar la colección para que sus riquezas sirvieran a los requerimientos de los estudiosos que, debido a la vastedad del conocimiento, ya no podían bastarse así mismo en la adquisición de materiales. De modo que el bibliotecario no sólo debía estar familiarizado con las publicaciones antiguas y modernas, en latín y en los principales idiomas europeos, sino que también debía conocer algo de los principios del método bibliográfico.
En el Siglo de las Luces, no era raro encontrar que un bibliotecario fuera también un practicante de las ciencias o un devoto del pensamiento lógico, o en su defecto estar siempre al lado de quienes administran repositorios. La inteligencia, el conocimiento científico y la filosofía, sólo podían nutrirse de la lectura de textos adecuados, de obras que permitieran enriquecer el panorama de la intuición y la razón; por lo que no resulta inconcebible que la especulación teórica se desarrolle sin el apoyo vital de los acervos bibliográficos.
El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) trabajó como bibliotecario en el palacio real de Königsberg. En una carta dirigida al Príncipe el 24 de octubre de 1765, Kant se presenta como competente para el cargo en razón de “conocer la literatura, y declara su interés por tener acceso a la bibliografía científica“. Kant cumplió con máximo celo sus funciones como bibliotecario auxiliar en el palacio real de Königsberg, cargo al que renunció en mayo de 1772, tras haberle sido adjudicada una cátedra como profesor titular.
El historiador y filólogo de la literatura clásica, Christian Gottlob Heyne (1729-1812), dirigió brillantemente la Biblioteca de la Universidad de Göttingen, Alemania. El caso de Heyne es particularmente interesante por su colosal, planificada y constante obtención para la biblioteca de piezas bibliográficas cuidadosamente seleccionadas, a través de la compra, de la solicitud de donaciones y a una agresiva política de adquisiciones internacionales.
Entre sus recomendaciones se encuentran la de evitar la compra de libros lujosos “sólo aptos para la ostentación“, y la de procurar que las adquisiciones abarquen la totalidad de las ciencias y las artes. El crecimiento sostenido de la Biblioteca de la Universidad de Göttingen hizo de ella la mejor biblioteca de Alemania y una de las mejores bibliotecas académicas del mundo. Durante la gestión de Heyne la Biblioteca pasó de 60.000 a 200.000 piezas bibliográficas y entre 1777 y 1787 se completó el catálogo alfabético, cuya publicación fue solicitada, en virtud de su calidad, por otras bibliotecas universitarias.