Biblioteca Bodleiana, Inglaterra. Foto tomada de Internet

Bibliotecas y Bibliotecarios en la Edad Moderna (siglo XVII)

El XVII fue el siglo de la exuberancia del Barroco, del poder de la monarquía absoluta y de la Iglesia de la Contrarreforma. Pero también el siglo XVII fue una época de crisis económica y demográfica. La pobreza afectó también a la calidad del papel y la impresión del libro. La supuesta unión de Europa bajo la idea de cristiandad desaparece con la paz de Westfalia tras la Guerra de los 30 Años, que acabó con la supremacía de la dinastía de los Habsburgo y estableció la libertad de culto. El fin de la unidad religiosa y política supuso a su vez la pérdida de importancia del latín como lengua de cultura superior y de comunicación internacional y lenguas como el español, francés o italiano se disputaban la preeminencia sobre el resto de lenguas. 

Resulta contradictorio que, a pesar de las carencias económicas, la guerra y el decaimiento en sentido general, este haya sido el siglo de oro de la literatura europea con autores como Cervantes, Lope, Quevedo, Shakespeare o Racine. Además de la profusión del desarrollo científico en campos del conocimiento como la física, la astronomía, las matemáticas, etc., con representación en Bacon, Galileo o Descartes. Lo referido anteriormente, conjugado con la explosión bibliográfica derivada del desarrollo de la imprenta, dotó a las bibliotecas de ciertas facilidades para la adquisición de libros y publicaciones de calidad y a buenos precios. 

Las bibliotecas ya no son exclusividad de los monarcas, el clero o los mecenas. Las nuevas instituciones del conocimiento serán fundadas por quienes creen en la difusión del conocimiento, en poner al servicio de muchos el conocimiento acumulado en los libros

En este siglo se introduce la simiente de lo que posteriormente serían las bibliotecas públicas. Se abrieron a todo tipo de lectores, sobre todo estudiosos y eruditos, sin distinción en cuanto a los requisitos previos para la consulta de los fondos. Por primera vez, se establecieron horarios para el público, legalizándose el derecho de acceso a la lectura sin tener que pedir previamente una solicitud

Las bibliotecas de los reyes y miembros de la alta nobleza, siguieron desarrollándose, ubicadas en sus palacios y compuestas por grandes colecciones como símbolo de prestigio. Su estilo era barroco, con preciosos ejemplares dotados de ricas encuadernaciones y estampaciones doradas, que, generalmente, respondían a necesidades sociales o políticas y se transmitían a los herederos como bienes patrimoniales. También se desarrollaron las bibliotecas de los burgueses, que reunían libros necesarios para el desarrollo de su profesión. 

Biblioteca Angélica de Roma. Foto tomada de Internet

El siglo XVII no sólo influiría en el acervo bibliográfico atesorado por las bibliotecas, sino que también impactaría en la disposición de algunos elementos esenciales de la misma. El impulso hacia esta transformación fue dado por las bibliotecas reales, que imponen un nuevo prototipo: las nuevas bibliotecas por lo regular contaban con una sala amplia, donde se colocaban a lo largo de las paredes enormes estanterías que permitían situar los libros.

Los bibliotecarios

Aparece el concepto del bibliotecario profesional, para hacer de las bibliotecas instrumentos de trabajo al servicio de una cultura superior. Los bibliotecarios se encargan de presionar para mantener y ampliar las colecciones al servicio de la cultura y se dedican a la creación de catálogos alfabéticos de autores y materias. El bibliotecario no sólo asume la responsabilidad de comprar los libros, sino también la de asesorar al lector. El aumento en el tamaño de las colecciones lleva a asentar las técnicas bibliotecarias. 

Se publican tratados y catálogos bibliográficos por razones de control y ordenación, al ser las colecciones realmente grandes y al resultar imposible conocerlas de memoria: Advis pour dresser une bibliotheque (Instrucciones para establecer una biblioteca) en 1627, del francés Gabriel Naudé (1600-1653), Musei sive Bibliothecae, del jesuita Claude Clement en 1635 y Reformed Library-Keeper del inglés John Dury (1596-1680), publicado en 1650. 

En la obra de Naudé, que trataba de una guía para coleccionistas acaudalados y poco conocedores del mundo bibliotecario, sostenía que una biblioteca debía ser amplia en contenido, pero muy selectiva, organizada sistemáticamente y cuidadosamente catalogada para beneficio de los usuarios

Gabriel Naudé. Foto tomada de Internet

Mientras, el Musei sive Bibliothecae, del padre Clement, tuvo amplia repercusión en su época y sirvió de pauta para la organización y decoración de numerosas bibliotecas europeas. Clement considera que es imprescindible contar con personas cuidadosamente preparadas y que se inserten en la sociedad, y para ello “debían contar con bibliotecas perfectamente organizadas y con un fondo en constante actualización”.

Musei sive Bibliothecae. Foto tomada de Internet

Por otro lado, Dury que era un educador reformista, deseaba que los bibliotecarios dejaran de ser custodios de libros, para abogar por su uso e instruir a los lectores. Aseveraba que en su mayoría los bibliotecarios universitarios: “se dedican a cuidar los libros que les han sido dados en custodia para que no se pierdan ni sean dañados por quienes los usan, y nada más”. Rara vez tomaban parte en la selección de obras y no se esperaba que aconsejaran y orientaran a los lectores (tampoco estaban preparados para hacerlo). Pero si pudieran ofrecerse salarios que  permitieran “mantener a un hombre de pensamientos generosos“, se podría esperar de un bibliotecario que “cuidara la colección de conocimientos que está encerrada en libros y manuscritos, la aumentara y la presentara a otros en la forma en que fuera más útil para ellos. Su trabajo entonces sería un factor de apoyo al estudio y no sólo cuidaría los libros sino que ayudaría a aplicar el conocimiento que encierran y cuidaría que fuesen usados o, al menos, no abusados“.

Los bibliotecarios durante el siglo XVII,  ofrecen sus particulares visiones de lo social, el poder y el estado, llevando a repensar a la biblioteca como una institución clave.

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