Biblioteca de El Escorial. Foto tomada de Internet

Bibliotecas y Bibliotecarios en el Renacimiento

El Renacimiento fue un movimiento decisivo en pos de la cultura y la ciencia. Supuso una clara evolución y florecimiento de las artes, la filosofía, la ciencia y la tecnología, gracias en parte a la intensa actividad urbana. Es el momento en que surge el concepto moderno de biblioteca. 

Durante el siglo XVI la multiplicación de libros por medio de la imprenta transformó el concepto de biblioteca, surgiendo de nuevo la idea de que los fondos que guardaban  debían ser utilizados por el mayor número de personas posible; una idea de biblioteca pública que había desaparecido desde la antigüedad clásica.

Los libros son ahora más baratos, en parte por el aumento de las tiradas, y en parte por el aumento del número de personas capaces de leer debido al auge de la educación primaria. Además los libros se encargan de ampliar el saber de la antigüedad con el uso de las lenguas clásicas, pero también fue relevante la literatura en lenguas vernáculas, cuya lectura llegaba a muchas más personas. Asimismo este siglo estuvo marcado por el peso de la Reforma y las guerras religiosas, por lo que las instituciones del conocimiento constituyen muchas veces un foco como botín o destrucción. Empiezan a difundirse los catálogos, clasificaciones, recuentos e inventarios.

Los bibliotecarios

En el siglo XV, con el desarrollo de la Ciencia, un hombre instruido que no se dedicase a la medicina, el derecho o la Iglesia, podía encontrar empleo como bibliotecario de un príncipe o de un noble. La figura del bibliotecario cambia, ya no es solo el responsable de la conservación y reposición de los libros, sino también posee una gran formación intelectual capaz de aconsejar sobre la compra de un libro. Estaban encargados de dirigir a copistas, encuadernadores e iluminadores, ya que el invento de la imprenta no supuso la generalización del libro impreso hasta mediados del siglo XV.

El bibliotecario renacentista no solo debía de poseer pericia bibliográfica. La buena presencia y el conocimiento de las costumbres de la sociedad eran tan importantes como sus conocimientos, ya que una de las tareas del bibliotecario era recibir a visitantes distinguidos. Cuando esto sucedía, debía mostrarles los ejemplares más importantes de la colección, mientras que debía de estar vigilante de que aquel patrimonio permaneciera en su sitio: 

El bibliotecario debe ser instruido, de buena presencia y bien educado; correcto y rápido en su hablar. Debe tener un inventario de los libros y mantenerlos organizados y fácilmente accesibles, sean en latín, griego, hebreo u otro idioma, y debe también mantener las salas en buenas condiciones. Debe cuidar los libros contra la humedad y los insectos y protegerlos de las manos de personas descuidadas, ignorantes, sucias y de mal gusto. A las autoridades y personas letradas les debe mostrar todas las instalaciones y explicarles cortésmente su belleza y notables características, la escritura a mano y las miniaturas, pero debe cuidar que no se sustraigan hojas. Cuando personas ignorantes o meramente curiosas deseen verlos, una mirada será suficiente, a menos que sea alguien de considerable influencia. Cuando se necesiten cerraduras a otros requisitos, debe proveerlas rápidamente. No permitirá que se retire ningún libro a menos que el duque lo ordene y si presta libros debe obtener un recibo escrito y verificar que sean devueltos. Cuando se presenten varios visitantes juntos, debe estar especialmente atento para evitar robos”.

Duques de Urbino, reglamentos de la Corte. Siglo XVI

Los idiomas también eran esenciales para el desempeño de una buena labor bibliotecaria. No solo se desenvolvían en latín, griego, francés, italiano y hebreo, sino que también se codeaban con los grandes escritores y sus obras. A pesar de trabajar sobre una colección mínimamente catalogada, el bibliotecario debía apoyarse en sus conocimientos para completar la colección en el caso que faltase alguna obra importante.

Bibliotecarios famosos del Renacimiento

Se hace frecuente que algún mecenas (reyes, nobles o clero) encargen a algunos intelectuales, que se ocupen de sus colecciones y al estudio de tal o cual temática. 

La familia de los Médicis en Florencia son el ejemplo más claro, la biblioteca creada por ellos fue de las mejores de la época. Fueron mecenas de bibliotecarios ilustres. Un ejemplo notable es el del sacerdote Marsilio Ficino (1433-1499), quien además de bibliotecario fue médico, historiador y filósofo. A Ficino, Cosme de Médicis le entregó todos sus libros griegos y le encomendó su traducción.

Marsilio Ficino. Foto tomada de Internet

Bartolomeo Platina (1421-1481) fue un humanista, bibliotecario, escritor y gastrónomo italiano. Durante el pontificado de Sixto IV, fue nombrado director de la Biblioteca Vaticana en 1475 (otras fuentes aseguran que fue elegido en 1478), posición que desempeñó hasta su muerte. Escribió varios libros: De principe, De vera nobilitate y de De falso et bono; así como una colección de biografías de los papas de su tiempo y el tratado gastronómico De honesta voluptate valetudine, primer libro sobre el arte culinario, recetas y cómo mantener una buena salud, toda una novedad para la época. 

Bartolomeo Platina. Foto tomada de Internet

En la corte del emperador Fernando I destacó Wolfgang Laz (1514–1565), hombre de múltiples talentos: médico, físico, cartógrafo e historiador. El propio emperador  lo nombró bibliotecario principal de la Biblioteca Imperial, así como curador de las colecciones imperiales. Algunos estudiosos aseguran que el conocido cuadro del artista renacentista Giuseppe Arcimboldo (1527-1593) El bibliotecario, está inspirado en el propio Laz.

Wolfgan Laz. Foto tomada de Internet
El bibliotecario, cuadro de Giuseppe Arcimboldo. Foto tomada de Internet

El bibliotecario, humanista, médico, naturalista y filólogo inglés Johann Conrad Gessner (1516-1565), publicó en 1545 Bibliotheca universalis, la primera bibliografía general internacional. Recopiló en su primera edición, 15.000 títulos redactados en las lenguas cultas del momento: latín, griego y hebreo. Su obra fue tan exhaustiva que el propio Gessner indica en el prólogo que los bibliotecarios podrían utilizarla como catálogo de su propia biblioteca, limitándose a añadir la signatura topográfica a la nota bibliográfica.

Johann Conrad Gessner. Foto tomada de Internet

Era necesario que la visión humanista de la tarea bibliotecaria derivara históricamente en la concepción de la biblioteca como un universo de conocimiento.

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