Así se refirió a ella nuestro José Martí, en una crónica escrita en 1875 para la Revista Universal de México. No le faltaba razón al Apóstol, pues el estudio de la obra de La Avellaneda, y de su avasalladora personalidad, no hace más que confirmar lo merecido de tal calificativo.
Vida y Obra
María Gertrudis de los Dolores Gómez de Avellaneda y Arteaga nació el 23 de marzo de 1814 en Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey. Era hija del capitán de navío Manuel Gómez de Avellaneda y de Felisa de Arteaga.
De personalidad muy definida, de pequeña no le interesaban las cosas de niñas sino los libros. A los ocho años escribe un cuento titulado El gigante de cien cabezas, basado en una leyenda local y, antes de los diez años, al morir su padre, compone una elegía donde expresa su profundo dolor. Ya adolescente, escribe y traduce dramas y comedias que, junto a sus amigos, representan en sus propias casas.
Su madre contrajo nuevas nupcias con un teniente español, quien decidió regresar a España llevándose a la familia. Veintidós años tenía Tula, sobrenombre cariñoso, cuando salió de su ciudad natal. En esta ocasión, imbuida de amor por el suelo patrio, compone Al partir.
La familia se instaló un tiempo en Burdeos, después pasaron a la península, primero a La Coruña y después a Sevilla, donde publicó versos en varios periódicos bajo el seudónimo de La Peregrina. Es en esta ciudad conoció en 1839 al que sería el gran amor de su vida, Ignacio de Cepeda, un joven estudiante de Leyes con el que vivió una atormentada relación amorosa, y al que escribió una autobiografía y una serie epistolar compuesta por unas cuarenta cartas, que develan sus más íntimos sentimientos.
En 1840, estrena en Madrid, Leoncia, su primer drama, y hace amistad con literatos y escritores de la época. Al año siguiente publica su primera colección de versos titulada Poesías.
En cuanto a novelas, Sab (1841), supuso una ruptura ya que era la primera novela abolicionista, anterior incluso a La cabaña del tío Tom, de la norteamericana Harriet Beecher Stowe, y en la que planteó el problema de la esclavitud y del amor no correspondido; en Dos mujeres (1842), defiende el divorcio como la solución a una unión no deseada y expone un abierto feminismo; mientras que en Espatolino (1844), denuncia la terrible situación en que se encuentra el sistema penitenciario; haciendo uso de una gran erudición histórica escribe Guatimozín (1846), cuya trama se sitúa en el México de la etapa de la conquista. En todas esas obras, sus circunstancias personales, su carácter apasionado, su generosidad y su rebeldía ante la sociedad convencional es una constante.
En 1844 da a conocer su drama Munio Alfonso, ambientada en la corte de Alfonso VII de León y obtiene los dos primeros premios de un certamen poético organizado por el Liceo Artístico y Literario de Madrid. A partir de ese momento figuró entre los escritores de mayor renombre de su época y se convirtió, después de la reina de España Isabel II, en la mujer más importante de Madrid.
Ese año conoce al poeta Gabriel García Tassara. La Avellaneda se rindió de amor por este hombre que la dejaría sola estando embarazada y soltera, lo que en el Madrid de mediados del siglo XIX era una enorme desgracia, a pesar de todo en abril de 1845 tuvo a su hija María, que murió a los siete meses. Aunque la escritora intentó que el padre conociera a su hija antes de morir, él se negó. Destrozada en el mejor momento de su carrera, sola y hundida en el pesimismo, escribió Adiós a la lira, una despedida de su vida como escritora.
Su vida sentimental dio un giro cuando en 1846 contrajo matrimonio con don Pedro Sabater, gobernador civil de Madrid y escritor, pero la desgracia se cernió de nuevo sobre ella y al poco tiempo su esposo enfermó y murió en agosto de 1846. Para reponerse del duro golpe, Tula, ingresó en un convento donde escribió el Manual del cristiano y la obra Egilona. En 1849 pone en escena un nuevo drama: Saúl, de temática bíblica en el que representa la rebeldía, muy del gusto de la corriente romántica.
En 1850 realizó una segunda edición de sus poesías. Tenía ya el favor del publico y de la crítica, y contaba con el apoyo de escritores como José Zorrilla, Fernán Caballero, José de Espronceda, o Alberto Lista, por lo que es propuesta para ocupar un sillón en la Real Academia Española de la Lengua en 1853; pero la discriminación a que se veía sometida la mujer en esa época y en especial las que, como ella, desafiaban los prejuicios sociales, unidos a intrigas intelectuales, impidieron que se aprobara dicha propuesta.
En 1858 estrenó su drama Baltasar, nuevamente de temática bíblica y que escenificaba el hastío vital y la melancolía. Este nuevo triunfo superó todos los éxitos tenidos anteriormente y lo cual compensó las contrariedades que había encontrado en su carrera.
En 1856 contrae nuevamente matrimonio con el coronel Domingo Verdugo, quien resultó herido durante el estreno de la comedia Los tres amores (1858). El matrimonio viajó a Cuba en 1859, con la esperanza de que el clima del Caribe sanara las heridas. En Cuba permanecerá cinco años, pasando largas temporadas en Vueltabajo (hoy Pinar del Río).
En La Habana, funda la revista Álbum cubano de lo bueno y lo bello, una revista femenina, que alentaba a las mujeres a dedicarse al arte y desde la que Tula desafió el dominio masculino e instó a otras mujeres a que hicieran lo mismo.
En una fiesta en el Liceo de la Habana fue proclamada poetisa nacional. Y en el teatro Tacón le fue impuesta la corona de laurel por la poetisa Luisa Pérez de Zambrana. En 1861 concluyó su obra El artista barquero, reconocida por ella “como la primera obra que sale de mi pluma bajo el hermoso cielo de nuestra Antilla“.
En 1863 muere su segundo esposo. La muerte de su segundo esposo acentuó su temperamento depresivo y apasionado hacia el espiritismo y periodos de retiro religioso. Viajó a Norteamérica y regresa a España en 1865. Allí lleva una vida tranquila y oscura; hace la revisión de sus obras y triste y abandonada, muere en Madrid el 1 de febrero de 1873, a los 58 años de edad.
Legado
Gertrudis Gómez de Avellaneda era admiradora de Mme. de Stael, Chateaubriand, W. Scott. Su poesía se ha comparado con la de la poetisa francesa Louise-Victorine Ackermann o la de Elizabeth Barrett Browning, escritora inglesa que hizo campaña por la abolición de la esclavitud.
Incorporó a las letras españolas el ambiente caribeño, sentido en Europa como exótico, en un tono melancólico y nostálgico.
La crítica actual la considera una precursora del feminismo moderno tanto por su actitud vital como por la fuerza que imprimió a sus personajes literarios femeninos.
En 1860 escribió una serie de artículos en los que plantea la igualdad intelectual entre mujeres y hombres, e incluso, decía: “No ya la igualdad de los sexos, sino la superioridad del nuestro”.
La Avellaneda, junto a José María Heredia, fue una de las figuras más importantes del romanticismo hispano del siglo XIX. Elogiada o criticada por su obra, inspiró a hombres y mujeres con sus historias de amor, feminismo y un mundo diferente. Sus poemas reflejan su experiencia de vida, Cuba, el amor y el erotismo, habla de religión, hace introspección filosófica, así como también toca lo personal y lo público.
Gertrudis Gómez de Avellaneda tiene un lugar reservado en el corazón de los cubanos que conocen su obra y lo tendrá en los que en lo adelante la lean. Fue, es y será un ejemplo a imitar de firmeza, libertad, amor y dignidad.