Reconstrucción de la Biblioteca de Pérgamo. Foto tomada de Internet

Evolución del libro y las bibliotecas en la civilización Greco-Latina

En Grecia se produjo una enorme difusión del libro y de la lectura debido principalmente a la aparición de la escritura alfabética, a finales del siglo IX a. C., que facilitó la técnica de escribir y la hizo accesible para cualquier persona.

La instauración de la democracia, permitió participar en el gobierno a los ciudadanos libres que supieran leer y escribir. La extensión de la enseñanza, que llegó a través de las escuelas y pedagogos, y también a través de los seguidores de Sócrates y de los centros de estudio e investigación, como la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles. Estos eran centros en los que se discutía y se trataba sobre filosofía, ciencia, religión, etc., y, además, en ellos se acumulaban colecciones de libros de las que, desgraciadamente, no se conserva nada.

El principal soporte fue el rollo de papiro (byblos en griego), importado de Egipto. La tinta era también de composición similar a la egipcia y se escribía con cálamo duro. Los textos eran copiados por esclavos sin sueldo, por lo que el trabajo de escriba era considerado como un “mísero oficio”. Otros materiales utilizados fueron la ostraca y las tablas de madera enceradas (pinaques), que se podían borrar, especialmente usadas por los escolares.

En la época helenística apareció el pergamino de piel de oveja o cabra, creación de los bibliotecarios de Pérgamo. El pergamino reemplazaría al papiro, ya que ofrecía mayor durabilidad y facilidad para la escritura, además de que el material podía utilizarse por ambos lados. Este soporte perviviría hasta después de la Edad Media.

La máxima aportación de la Grecia Arcaica fue la poesía épica de Homero, escritor de La Ilíada y La Odisea, plasmadas en todas las formas materiales del libro a lo largo de los siglos. Apareció ya la figura del autor, pero su difusión fue oral. En la Grecia Clásica, se desarrollaron nuevos géneros, como el teatro, y disciplinas como la filosofía, historia, retórica, medicina, etc. Esta gran producción literaria y su correlativa demanda determinaron el nacimiento del comercio del libro y de las bibliotecas privadas.

Hay indicios de la existencia de libreros (bibliopolai), que muy probablemente fueran también editores, dedicados a reproducir libros y a exportarlos. En el siglo V a. C. (siglo de Pericles), Grecia evolucionó hacia una “sociedad de lectores”.

Imagen actual de la Biblioteca de Pérgamo. Foto tomada de Internet

La Biblioteca de Pérgamo

Fue una de las más importantes de la Antigüedad, perteneció al período helenístico.

Sus agentes, no repararon en medios para conseguir y copiar obras para la biblioteca, empleando medios ortodoxos, y otros; como los de Alejandría, aunque no tanto (por ejemplo, al parecer, la biblioteca legada por Aristóteles tuvo que permanecer muchísimos años escondida para evitar ser capturada por los agentes de la Biblioteca de Pérgamo).

Su gran ambición fue convertir su capital, Pérgamo, en una ciudad como Atenas en la época de Pericles.

Roma

Las bibliotecas fueron concebidas para la selección y conservación de la memoria histórica de Roma, así como la de cierta literatura, estando sus colecciones excluidas por lo general al préstamo domiciliario. Éstas estaban integradas por volumina (rollos de papiro), guardados en diversos tipos de contenedores (recipientes cerámicos, cestos de cuero, cofres de madera) y dispuestos en las estanterías de los nidi (nichos) abiertos en las paredes. Hacia los siglos III-IV d.C. el rollo fue siendo sustituido por el codex de pergamino, generalizándose entonces el uso de los armaria, muebles óptimos para guardar ambos soportes librarios. 

Estas bibliotecas públicas fueron en teoría creadas para disfrute de cualquier ciudadano, pero en realidad eran frecuentadas por una restringida comunidad de doctos y literatos, deseosos de acceder a obras antiguas o raras, cotejar textos o usarlas como un mero espacio de sociabilidad. Por lo demás, los usuarios habituales de estas bibliotecas públicas poseían sus propias colecciones privadas.

El general y político Julio César había convocado al polígrafo e historiador Marco Terencio Varrón (116 a.c.- ?) para que organizara un biblioteca pública, estableciera la compra de libros e instituyera una primera clasificación que estableciera la división de la biblioteca en dos salas: una griega y una latina. El asesinato de Julio César echó por tierra la consecución de este proyecto.

Con la instauración del Imperio, el proyecto de crear una biblioteca pública en Roma como había sido el deseo de César, con salas especializadas en textos griegos y latinos recae en Asinio Polión ( 75 a.C.- 4 d.C.) político, orador, poeta, dramaturgo, crítico literario e historiador. Este funda la Atrium Libertatis, la primera Biblioteca pública de Roma en el 39 a. C. Biblioteca a la que dotó con lo mejor de los textos griegos y la temprana obra poética latina y a la que le adicionó un Museion.

Augusto creó dos grandes bibliotecas, una de ellas situada en el Pórtico de Octavio y la otra en el Palatino, junto al Templo de Apolo, ambas eran bibliotecas públicas. El libro romano es una réplica del griego. El soporte más utilizado es nuevamente el papiro, sin embargo, también utilizaron las tablillas de madera enceradas, llamadas “Codex”, que irían desplazando al papiro.

Pronto comenzó la comercialización del libro, que dará lugar a la aparición de librerías-editoriales, talleres donde se fabricaban y vendían los libros, donde los esclavos copiaban los textos. Además, se organizaban lecturas públicas, a modo de campañas de publicidad para dar a conocer las novedades. 

Había gente especializada, además, en acudir a las audiciones públicas, retener los textos en la memoria para después escribirlo y venderlo. Ya entonces había problemas de propiedad intelectual por el plagio de obras. Los libreros eran a la vez editores y tenían su propio taller de copistas, conformados por esclavos que normalmente eran griegos letrados.

El Emperador Trajano, se encargó de la creación de otra biblioteca pública muy importante: la Biblioteca Ulpia, donde también se conservaban documentos públicos, por tanto, es probable que fuera, además, un archivo histórico. Las bibliotecas dejan en esta época de ser patrimonio de los templos. 

Biblioteca Ulpia en el Foro de Trajano (Ilustración de James E. Packer). Foto tomada de Internet

Tras la caída del Imperio Romano de Occidente las bibliotecas públicas desaparecen hasta su reaparición avanzado el siglo XVIII.

Los bibliotecarios

Los trabajadores de las bibliotecas públicas solían ser esclavos públicos (servi publici) y en menor medida, libertos imperiales (Augusti liberti) especializados. Estos esclavos y libertos del emperador (la llamada familia Caesaris) pasaban por todos los escalafones, desde auxiliar inferior en el más nimio de los departamentos, hasta máximo director; constituían en efecto, una especie de funcionariado. A partir del emperador Vespasiano la más alta dirección de las bibliotecas quedó reservada a los ciudadanos libres del orden ecuestre (ordo equester), quienes la ejercíeron como un cargo más en su carrera de procuratelas.

Bibliotecarios romanos (reconstrucción). Foto tomada de Internet

El emperador Tiberio fue quien creó el cargo de Procurator Bibliotecarium. Este cargo dió carácter oficial a quienes ya se ocupaban de hecho de dirigir las bibliotecas, de revisar el presupuesto, de supervisar el personal y controlar las adquisiciones, ya fuera buscando títulos para su copia, comprando manuscritos a los bibliopolai de la urbe o efectuando expurgos, ora políticos, ora técnicos. Las fuentes también les denominaron “magister a bibliotheca” o “bibliothecarius”.

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