Sin lugar a duda es una de las más sobresalientes intelectuales cubanas del siglo XIX y primeros años del XX. Llevó una vida intensa porque tuvo un carácter decidido, que no reparó en riesgos personales ni concesiones políticas.
Su legado, recuerdos y bella y profunda prosa, prevalecen en Camagüey, otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe.
Vida y Obra
Nació el 27 de enero de 1842, en la ciudad de Santa María del Puerto del Príncipe, actual Camagüey y desde pequeña cultivó la lectura y el estudio. Aurelia leía con avidez; pensaba que no le iba a ser suficiente el tiempo para estudiar la cantidad de libros que necesitaba consultar. Siempre recomendó que el libro representaba lo ideal para conocer lo bello, lo justo y la realidad.
Recibió lecciones de don Fernando Betancourt, magistrado del Tribunal Supremo y amigo de la familia, quien tiempo después, debió abandonar la isla por sus ideas políticas. Su instrucción quedó entonces al cuidado de su madre, mujer de extraordinaria y clara inteligencia, quien poseía, aunque no cultivadas, aptitudes para la poesía y la literatura. La propia poetisa evocaría en su madurez esos momentos: “Ella me recitaba versos, y por la noche nos poníamos de cama a cama, mientras llegaba el sueño, a hacer redondillas de por mitad”.
En su tierra natal escribió sus primeras composiciones, inspiradas en un ferviente patriotismo que ya comenzaba a germinar en la isla.
De naturaleza perspicaz y observadora, estas cualidades le facilitaron habilidades para poder escribir en torno al cuadro tétrico que ofrecía la realidad de la época: la esclavitud de la raza negra. Aunque no solo se pronunció contra la esclavitud, sino también la discriminación contra de la mujer, víctima de sumisión. Aseveraba que la familia estaba mal constituida: “La mujer ha sido hasta ahora la mano izquierda de la humanidad. Esperemos que la humanidad será un día ambidiestra”.
Aurelia contrajo nupcias el 6 de mayo de 1874 con don Francisco González del Hoyo, capitán graduado y comandante de infantería del ejército español, quien simpatizaba con la causa independentista cubana. Caso, aunque destacable, no fue en modo alguno excepcional: es incalculable la cifra de peninsulares que apoyaron la Revolución del 68 y numerosa tambien la cantidad de ellos que combatieron por Cuba Libre. Aurelia y su esposo fueron desterrados de Cuba en 1875 ante las declaraciones públicas de repudio realizadas de don Francisco por el fusilamiento del patriota cubano doctor Antonio Luaces Iraola.
Durante su estancia en España, (1875-1878), viajó por varias ciudades españolas, Santander, Madrid, Málaga, Córdova, Granada, Sevilla, Alicante, Almería y Cádiz; en las que colaboró en diversas publicaciones: Cádiz, Crónica Meridional, El Eco de Asturias.
Posteriormente viajan a París, Ginebra y México. En 1884 los esposos llegan a Estados Unidos.
De regreso en Cuba, se incorporó de lleno al trabajo literario y periodístico. Participó en diversas publicaciones como: El Fígaro, La Habana Elegante y El País, entre otras. En Camagüey comenzó a escribir para La Luz, La Familia, El Camagüey, El Pueblo y El Progreso. Incursionó en el teatro con el drama romántico La voluntad de Dios.
Ya viuda, en 1895 partió nuevamente al exilio, expulsada por el capitán general Valeriano Weyler por su filiación independentista. En Barcelona residió hasta 1898 y una vez concluida la guerra retornó a Cuba, incorporándose de lleno al trabajo literario y periodístico.
Aunque aparentemente nacía una república, aún quedaban en la sociedad cubana rezagos coloniales. Quizás, uno de los mayores lastres heredados del viejo régimen era la problemática de la discriminación de género. Un nuevo frente de lucha surgía para Aurelia, el concientizar a todos sobre la importancia de que las mujeres cultivaran su intelecto y sus voces fuesen escuchadas en todas la esferas, en el afán de alcanzar la verdadera libertad como nación. Varias escritos brotaron de su inquieta pluma. A ellas, las cubanas, recomendaba: “[…] huir de la ociosidad y leer buenos libros, sin dejarse arrendar por los que parezcan demasiado graves, que son siempre los mejores […]”.
Numerosos y merecidos elogios le tributó la crítica por sus trabajos en prosa y verso. Rafael Montoro, Manuel de la Cruz, Manuel Sanguily, Max Henríquez Ureña y otros notables intelectuales, juzgaron y encomiaron a porfía el talento, la inspiración y la cultura de la insigne camagüeyana:
“Ocupa, dice Montoro, honroso puesto entre nuestros mejores poetas y prosistas, uniendo en su persona todas las perfecciones externas, naturales y adquiridas, que pueden realizar el ser íntimo de la mujer y su acción sobre la sociedad”. Mientras Sanguily declaraba: “Los que como usted tienen, cual vívidas estrellas, pensamientos generosos que titilan sobre la frente reflexiva y saben además revestirlos con los encantos de la música del verso, hacen siempre bien en pulsar la lira”.
Refiriéndose a las traducciones realizadas por Aurelia Castillo y en particular a la de La Hija de Iorio de Gabriel D´Annunzio, afirmó persona tan autorizada en esta materia como Max Henríquez Ureña: “[…] Vuestra traducción, señora, es admirable y escrupulosa, y sería de desearse que encargaseis de una nueva edición a una de las buenas casas editoras de España, para que circulase tan bella obra por todos los países que hablan el castellano […]”.
Cuando en 1910 se fundó la Academia Nacional de Artes y Letras en La Habana, cinco mujeres integraron sus filas, tres de ellas cubanas por nacimiento: Nieves Xenes, Dulce María Borrero y Aurelia Castillo. Las otras dos eran la pintora dominicana Adriana Billini Gautreau y la poetisa puertorriqueña Lola Rodríguez de Tió. Posteriormente, Aurelia fue vicedirectora de la Sección de Literatura.
Entretanto, más intensa se hizo su presencia en las publicaciones culturales, expresada a través de poemas, leyendas, crítica literaria, memorias de viajes, traducciones y trabajos periodísticos. La producción de Aurelia como prosista es variada; se incluyen artículos sobre Julián del Casal, Ramón Meza, Mercedes Matamoros, Manuel Márquez Sterling y Nieves Xenes, así como un esbozo biográfico sobre su compatriota Ignacio Agramonte. Se le encomendó el cuidado de la poesía en la primera edición de las Obras Completas de José Martí. Colaboró en Cuba Contemporánea y Social, o sea, la elite de las revistas culturales de entonces. Abogó por el desarrollo intelectual de la mujer cubana a la par con el hombre. Entre 1913 y 1918 se publicaron en edición limitada sus Escritos de Aurelia Castillo, en seis volúmenes.
Con más de siete décadas de vida, Aurelia presidió la comisión que se encargó de los festejos para celebrar en Cuba el centenario de la destacada poetisa camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda.
No solo dedicó sus empeños a la literatura. Doña Aurelia fundó en Cuba el asilo Huérfanos de la Patria, para acoger a hijos de mártires de las guerras de independencia, (de la que llegó a ser presidenta) y para ofrecer un oficio a jóvenes pobres; y vicepresidenta y tesorera de la Sociedad de Labores Cubanas (1901 a 1907), con el objetivo de ayudar a las mujeres. También cooperó en la erección de la estatua al mayor general Ignacio Agramonte.
Aurelia Castillo de González expresó en sus textos su pensamiento en torno a la educación. Para ella la formación debía partir del hogar, dónde se constituye una serie de valores, sin minimizar el desempeño de la escuela. Instaba, además, por la preparación de la mujer y la creación de instituciones donde las féminas aprendieran a ser madres.
La intelectual llegó a sugerir cómo debían llamarse esos sitios: “Casas Cornelia”, tomando como ejemplo y tributo de honor a Cornelia, una madre romana muy culta e inteligente, que inculcó en sus hijos el amor por el prójimo basado en las ideas humanísticas helenísticas que defendían el apoyo a las clases populares.
Recibió en 1912 un homenaje público en su ciudad natal.
Murió el 6 de agosto de 1920, en su natal Camagüey. La noticia impactó en los círculos literarios de aquella ciudad y también de la capital, porque doña Aurelia era figura de la cultura con raíces fuertemente adheridas a la historia patriótica de la nación. Multifacética y fecunda, esta patriota y escritora camagüeyana fue una de las intelectuales que en vida recibió justo reconocimiento de sus conciudadanos.
En la provincia llevan el nombre de la escritora una calle, dos escuelas primarias, una cátedra de la filial de Universidad de las Artes ISA y una miniserie histórica de radio.
¡Victoriosa!
¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Realizose por fin el arduo empeño?
¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,
enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio,
que surge tu bandera como un lirio,
único en los colores y el diseño!
Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;
los niños la conocen y la adoran.
¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!
Aurelia Castillo de González