Entre los modesto objetos que formaban parte de la oficina de José Martí en la ciudad de Nueva York, estaba un retrato que le hizo un pintor de origen sueco, llamado Herman Norman, que residía en esa ciudad y se empeñó en pintar a nuestro Martí en el ámbito que le era más familiar en esta época, su despacho ubicado en el cuarto piso del edificio de 120 from Street. Lugar desde donde atendía los asuntos consulares de Uruguay, Paraguay y Argentina y posteriormente, a partir de 1892 fue sede del Partido Revolucionario Cubano y redacción del periódico revolucionario Patria.
Con curiosidad de artista el pintor al retratarlo hace suyo el ambiente que rodeaba al Apóstol, con sus libros escoltándolo y esa postura de escribiente que para todos los que conocemos a Martí, no podemos concebirlo de otro modo.
Este retrato de medianas proporciones, pintado al óleo sobre tela, posiblemente en 1891 fue el único que en vida se le hiciera a José Martí por un pintor y se conserva como parte de la colección que atesora el Museo Casa Natal de José Martí.
Pero…Quien fue Herman Norrman?
En un pequeño pueblo de Suecia…
Herman Norrman nació el 5 de agosto de 1864 en la Parroquia de Säby, condado de Jönköping en Tranås, Suecia, en el seno de una familia pobre.

La comarca que rodea al pueblo de Tranås está rodeada de bosques tupidos y dos grandes lagos, el Vettern y el Sommen, en el que confluyen riachuelos y arroyos cuya belleza cristalina fascinaron al pintor desde su infancia. Norrman se convirtió en un agudo observador del bosque bajo los cambios de luz, y desde muy joven era capaz de pintar de memoria, y con gran precisión, los robles, los abedules, los pinos y los abetos, y de reproducir la frescura agreste del follaje.
El padre de Norrman, Carl Johan, fabricante de curtiduría, era un hombre de gran corpulencia y de carácter impulsivo e injusto, que en más de una ocasión maltrató al hijo sin ningún motivo explicable. Una anécdota recogida por el biógrafo del artista Ulf Hård af Segerstad (1915-2006) presenta a un pequeño Norrman ensimismado en la contemplación de la naturaleza y que su padre, al notar que el niño estaba embobado con la vista perdida en “la nada”, sin escuchar lo que le decían, lo golpeó con dureza en la cara. A lo que Norrman respondió: “Padre, si usted fuera capaz de ver toda la belleza que yo veo, no me hubiera pegado”.
Mientras, su madre tenía un profundo sentido de la justicia y la rectitud, basados en una religiosidad estricta y rígida, pero nunca inicua. Los maltratos del padre y la rectitud de la madre inclinaron el carácter de Norrman hacia la virtud.
El futuro pintor tiene que dejar la escuela primaria para contribuir al mantenimiento de la familia a la edad de diez años. El padre, que tenía su propia curtiduría en Tranås, había muerto en enero de 1875 y había dejado a su esposa y a los seis hijos, de los cuales Norrman era el mayor, casi en la miseria económica. El adolescente tuvo que trabajar de peón en la construcción de las líneas férreas que pasaban por su pueblo. Posteriormente fue aprendiz de carpintero por un tiempo, pero lo dejó por su propia iniciativa y en su lugar se convirtió en aprendiz del maestro pintor T Hallberg en Boxholm; probablemente se quedó con él hasta 1882.
En septiembre, llega a Estocolmo, donde se ganó la vida como pintor profesional con encargos para varios pintores, incluido el decorador de teatro C. Grabow. Al año siguiente inició sus estudios en la escuela dominical y nocturna de la Escuela Técnica y en otoño de 1885 fue aceptado como alumno en la Academia de Bellas Artes. Cuando la madre le pregunta por qué ha elegido la pintura, que ella llama “ese oficio de hambre”, él responde: “Porque es el único deleite de mi vida”.
Su talento fue notado por el director de la academia Georg v Rosen, quien le transmitió algunas tareas de copiado, pero como Norrman a menudo tenía que descuidar las lecciones debido al trabajo por el pan, recibió una advertencia con cierto tufillo clasista en abril de 1886. Respondió dejando la academia.
“Herman era de una naturaleza fuerte”, escribe su biógrafo Segerstad, “y empezó a exigirse mucho a sí mismo y también a los demás”. Quienes conocieron a Norrman lo describen como un hombre éticamente exigente, cumplidor de sus deberes aunque pasara hambre, sencillo hasta el ascetismo y más bien callado, que no solía hablar de sí mismo: un hombre “íntegro, serio, veraz, sincero, que no conocía la vanidad. Por el contrario, era de una modestia que impresiona”, de acuerdo a la declaración de un amigo.

Esos valiosos testimonios de primera mano recogidos por Ulf Hård af Segerstad a principios de 1940, cuando aún vivían varios amigos y discípulos del pintor, dan la imagen clara de un hombre que no regateaba, de “una insumisión desesperada”. Un hombre que no transigía con los poderosos.
Junto con su amigo Gustaf Albert Andersson, aplicó en el otoño de 1886 a la escuela de arte de Valand, donde el famoso pintor Carl Larsson (1853-1919) era profesor. Hård af Segerstad, el biógrafo de Herman, supuso, que Larsson tras el encuentro con Norrman y Albert, y el conocimiento de que se encontraba ante un verdadero talento, provocó ciertos celos ante una posible competencia; haciendo que se opusiera a Norrman. No existe evidencia como tal de mala voluntad hacia el joven, Larsson probablemente ayudó lo mejor que pudo, y consiguió que Norrman, Albert y un par de otros estudiantes libres se encargaran de decorar algunas puertas para P. Furstenberg.
Norrman y Albert planearon, apoyados por Larsson, quien sintió que no tenía nada más que enseñarles, ir a París en la primavera de 1887, pero juntos no consiguieron suficiente dinero. En cambio, alquilaron un barco estadounidense con destino a Nueva York ese verano.
El hombre del sol y el hombre de las nieves
En Nueva York trabaja como bracero y estibador en el puerto, hasta que encuentra empleo en un taller de decoración que no le dejaba tiempo libre para pintar.
Se desconoce cómo Norrman entró en contacto con algunos pintores latinoamericanos, en especial Federico Edelmann y Patricio Gimeno, que eran amigos de José Martí. La conferencista, escritora y traductora Blanche Zacharie de Baralt asegura que “Hermann Norman tenía un estudio en la Calle 14, con mi cuñado Federico Edelmann, y el artista peruano Patricio Gimeno, ambos muy amigos de Martí. Tanto había oído hablar a sus colegas del talentoso cubano que quiso conocerlo, y Edelmann lo llevó un día a la oficina de Front Street”. No existe ninguna carta de Norrman que confirme el hecho de que él “tuviese” un estudio en la Calle 14. Al contrario; en todas sus cartas conocidas, Norrman habla de su difícil situación económica y de la precariedad de su existencia neoyorquina. Lo más probable es que Edelmann y Gimeno, por simple solidaridad o tal vez cobrando un arriendo simbólico, permitieran que Norrman compartiera su estudio.
Ambos deben haberle hablado a Norrman del digno, extraordinario y multifacético cubano y el joven pintor quiso conocerlo. Según varios testimonios, entre otros el valiosísimo de la señora Baralt, fueron Edelmann y Gimeno los que llevaron al sueco a conocer a Martí y eso explica, en parte, que el pintor fuera recibido con confianza. “El noruego (sic) se entusiasmó con la charla de Martí, (no había tema del que Martí no supiera, incluso conocía las últimas tendencias en la pintura escandinava, y hacía una excelente crítica de ellas) cuenta Blanche Zacarías de Baralt, (…) y cayó, como tantos bajo el hechizo de su palabra y quiso retratarlo“.
Martí sintió mucho afecto por aquel joven de veinte y seis años, muy alto, ancho de hombros y rostro noble . Seguramente porque aquel hombre trabajaba muy duro (como seguro le contaron sus amigos) y luego pintaba. Porque era sincero, honrado, trabajador y modesto. Norrman comprendió enseguida a aquel José Martí de 38 años, amante de la libertad. Además Martí ayudó al joven con toda la bondad con la que ayudaba a todo el que lo necesitara; presentándolo en los círculos artísticos neoyorquinos.
Norrman era un obrero del pincel y un artesano de la madera, y en esto Martí estaba muy claro, como dejó por escrito en sus cuadernos de apuntes: “No es nada, pero como yo trabajo, amo a los que trabajan”.
Como todos las obras plásticas que representan a Martí son póstumas no se puede entender al hombre José Martí sin el retrato de Norrman. Zacharie de Baralt, que los conoció a ambos, escribió: “Los pintores y escultores de hoy que quieran reproducir la imagen del Apóstol deberían estudiar detenidamente aquel retrato que tiene el sello de su espíritu, su carácter esencial”. Norrman reproduce a un Martí “alerta, erguido, cuidadosamente vestido”. El hombre que posa para Norrman tiene prisa, su mirada sonríe y al mismo tiempo parece decirle al retratista, con una mezcla de cordialidad y apremio terminante: “Apúrese, joven, y acabe de irse; ¡tengo tantas cosas que hacer!”.
Entre muchos otros detalles el cuadro de Norrman nos ayuda a descartar los famosos disparates de las versiones de la autopsia que le hicieron a Martí, en las que se declaraba que tenía los ojos “azulados” o “claros”. Norrman los pintó negros porque los tenía delante, negros, visionarios y serenos, y al mismo tiempo enfebrecidos.
Norrman solo firmó su obra con sus dos iniciales en mayúscula y una minúscula: H. N-n y no lo fechó. Especialistas aseguran que este retrato fue hecho en algún momento de enero de 1891.
Estilo
Se puede decir que Herman Norrman comenzó su carrera artística con un autorretrato (1883) pintado con asombrosa habilidad en un estilo ligeramente anticuado. En esta y otras obras de la primera mitad de la década de 1880 se rastrean influencias de Rembrandt y de la pintura de Düsseldorf que estudió en los Campeonatos Nacionales.
Las pinturas de 1886 muestran impresiones de la pintura al aire libre y están hechas con una nitidez naturalista en los detalles y una pincelada algo ligada. Algunas obras de 1887 muestran cuán rápido se desarrolló bajo la dirección de Carl Larsson. El excelente retrato de perfil de Gustave Albert está pintado con un cierto sentido del valor en una técnica de mancha impresionista relajada. Norrman es generalmente un retratista hábil con la capacidad de interpretar psicológicamente a sus modelos.
Herman llega a Nueva York entre octubre y noviembre de 1887 y vuelve a Europa en algún momento de la primavera de 1891. En la ciudad tuvo la oportunidad de estudiar arte francés, y es quizás de ahí que tomó prestado el tono plateado completo en Plot Surveying en Nueva York. La vista de los tejados de Nueva York en invierno se hace en una escala de grises finamente afinada. De la época parisina, nacen unos pañitos rubios impresionistas como A mansard in Paris (1891, Museo de Waldemarsudde). Después de regresar a Tranås, además de paisajes y retratos, pintaría algunos interiores de género, incluidos Mother Peeling Potatoes (1892, Museo de Waldemarsudde) y Woman Scrubbing Floors (1892), pero no se nota ninguna renovación en su obra desde la primera mitad de la década de 1890.

Una reorientación, por otro lado, tiene lugar en el arte de Herman en 1895. Abandonó la pintura al aire libre objetivamente descriptiva por una pintura de humor cargada de emociones en un espíritu romántico nacional. La forma se volvió más sintéticamente cerrada, la composición más monumental, la factura más poderosa. En lienzos de grano grueso, empaquetó la pintura en capas de casi un centímetro de espesor para que las pinturas dieran la impresión de ser de mampostería.
El preludio tuvo lugar con Gårdsägor (1895, galería Thielska) en tonos predominantemente azules y donde aún prevalece la luz del día. Entonces el anochecer desciende sobre sus lienzos. No es un azul melancólico sino rojo cobrizo con el color tomado del brillo dorado del atardecer. Todos los motivos están tomados del área de Tranås y los lienzos parecen himnos al árido paisaje de Småland que tanto amaba.


Con las obras más destacadas de este estilo, At the Ridge (1898, Gbg Art Museum), When the Fog Rises (1904, Waldemarsudde), Cloud Shadows (1896–1904), Norrman aparece como un artista importante y original. Fue también con estas obras que obtuvo su verdadero avance. En su reseña de la exposición conmemorativa de Konstnärsförbundet en Estocolmo en 1905, el historiador de arte noruego Jens Thiis escribió: “Norrman es, en mi opinión, el pintor más puro de toda la exposición”.
El último trabajo del artista de 1906, la factura es más ligera y la luz del día, aunque también atenuada, que el príncipe Eugenio (1884-1965) lo compró y lo hizo colgar en la pared sobre la chimenea en la biblioteca de Waldemarsudde. La carta que le escribió al pintor danés Viggo Johansen da testimonio de la admiración del príncipe por Norrman como artista y hombre, donde cuenta que el primer cuadro que compró al pintor: “Me encantó tanto que lo puse en frente a mi cama el tiempo que me iban a operar, y era mi alegría y consuelo todo el tiempo que tenía que acostarme”. Agrega que encontró a Norrman como “un hombre inusualmente comprensivo, simple y natural con un juicio claro” (1 de abril de 1904).
Se han organizado exposiciones conmemorativas en varias ocasiones: 1918, en la galería de arte de Liljevalch en Estocolmo, 1945 en la pista de tenis de Tranås, 1946 en la Academia de Arte de Estocolmo con la Asociación General de Arte Sueca como organizadora y 1981 en el ayuntamiento de Tranås, donde ha habido una Sala especial Norrman desde 1953.
Últimos años
En la primavera de 1891, Herman dejó Estados Unidos y viajó a París, donde permaneció durante nueve meses y luego regresó a su hogar en Tranås, donde se reunió con su novia de la infancia, Sigrid Källgren. Permaneció allí por el resto de su vida.
Para mantenerse, Norrman volvió a trabajar en la empresa de pintura de Tranås con la tarea de decorar sillas de madera y mecedoras por un salario de 28 öre por hora. Laboraba hasta muy tarde, de modo que sólo podía dedicarse a su arte en su tiempo libre. Sin embargo hay un detalle en la vida de este pintor que denota una fuerte influencia martiana: con innumerables sacrificios personales, Norrman fundó una escuela nocturna, entre 1892 y 1896, en la que enseñaba a dibujar a jóvenes artesanos, casi una copia sueca de la Sociedad Protectora de la Instrucción La Liga de José Martí
Cuando Martí murió en combate, el pintor se enteró por los periódicos. Gracias a un testimonio absolutamente confiable (recogido por su biógrafo) Norrman, emocionado, le dijo a un amigo: “Martí fue el hombre más inteligente que he conocido. Ahora, también se ha perdido esa ilusión”.
Fue miembro de la Asociación de Artistas Suecos desde 1887 y participó diligentemente en sus exposiciones tanto en Suecia como en el extranjero. Entre los líderes de la Asociación, también encontró cálidos amigos, recibió apoyo y aliento, sobre todo del paisajista Karl Fredrik Nordström (1855-1923) a través de cuya mediación se le permitió vender varias obras. También recibió un buen apoyo de la pintora y filántropa Eva Bronnier (1857-1909), quien le compró un par de obras por sumas bastante importantes y lo invitó a él y a su esposa a viajes a Khvn en 1902 y 1904.
Norrman, que tenía un físico fuerte, sufría de una grave dolencia cardíaca debido a un esfuerzo excesivo, por lo que fue atendido a expensas del príncipe Eugenio en un asilo de ancianos en Estocolmo, en 1905. Después de una mejoría temporal, volvió a enfermarse. Murió en su casa de Tranås el 24 de agosto de 1906, tenía cuarenta y dos años, la misma edad de Martí cuando cayó en Dos Ríos.