El 10 de mayo de 1933, miles de profesores y estudiantes irrumpieron en las universidades, bibliotecas y librerías en Berlín para promover y ejecutar una “purga” literaria que consistía en retirar libros y quemarlos en hogueras públicas. Con esto los nazis querían controlar todos los ámbitos de la vida y, evidentemente, la cultura y el conocimiento era un obstáculo importante para lograr dicho objetivo.
En su Acción contra el Espíritu anti alemán, los seguidores de Adolf Hitler y del NSDPA destruyeron miles de obras de autores en la Plaza de la Ópera (Opernplatz). Más de 70.000 personas hicieron una hoguera gigante; la quema eliminó 25 mil volúmenes de libros considerados “no arios”.
Las quemas de libros fueron orquestadas por Joseph Goebbels y organizadas por las ligas estudiantiles
Pero no fue Berlín la única hoguera que esa tarde se alimentó en Alemania con libros a los qe los nazis consideraban antialemanes. Desde semanas antes, estudiantes universitarios habían comenzado a retirar los libros, de escritores, poetas y periodistas considerados indeseados. Los sacaban de las estantes de las bibliotecas públicas, de las academias, de las librerías, de las casas. Eran obras con un ideario que “nocivo, perverso” para Alemania. O escritos por enemigos de los nazis: socialistas, comunistas, pacifistas y autores judíos. “El Estado ha sido conquistado. Faltan las Universidades”, fue la proclama de La Unión Alemana de Estudiantes en abril de 1933.
Herbert Gutjahr, líder del sector estudiantil del partido nacionalsocialista había manifestado: “Hemos dirigido nuestro esfuerzo a actuar contra el espíritu no alemán. Entrego todo lo que lo representa al fuego”.
Además del saqueo masivo, miembros de los cuerpos militares nazis defendieron el evento con retenes y lo “alegraron” con bandas musicales. A medianoche, Joseph Goebbels, ministro de Propaganda e Información Pública se dirigió a través de la radio a los alemanes con un discurso bajo el lema “¡No a la decadencia social!”: “Hombres y mujeres de Alemania, la era del intelectualismo judío está llegando a su fin y la consagración de la revolución alemana le ha dado paso también al camino alemán”.
La quema no fue solo un acto de barbarie, sino que demostró la pretensión del gobierno nazi de conquistar la hegemonía cultural.
La mayor parte de los libros fue destruida, primero, porque algunos autores eran judíos. Los nazis justificaron la quema alegando que si un judío escribía en alemán estaba mintiendo, y que deberían limitarse a escribir en su idioma, el hebreo. Fue el caso de la obra del poeta romántico Heinrich Heine (1797-1856). La obra de Heine era odiada por los nazis, quienes estaban deseosos de eliminarla de todas las bibliotecas.
Segundo, debido a que exponían ideas contrarias al nazismo; o por expresar planteamientos sobre la libertad y los derechos humanos. El objetivo del nazismo era detener la difusión de ideas “enemigas”. Todo escritor, pensador, académico o artista que pronunciara opiniones diferentes a las del régimen era considerado un adversario; sus obras eran quemadas, sus descubrimientos, ignorados, y ellos mismos eran recluidos en campos de concentración o se veían forzados a huir.
Por ello, los libros de autores como Thomas Mann, Albert Einstein, Stefan Zweig, Ernest Hemingway, Sigmund Freud, Bertlolt Brecht, Karl Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky, Rosa Luxemburg, Marcel Proust, March Bloch, John Dos Passos, Máximo Gorki, entre otros, fueron destruidos y se levantó una prohibición que evitaba su reimpresión. Desde aquel momento las obras de estos autores se consideraron representativas de la “decadencia moral” y del “bolchevismo cultural”. Las obras de Hellen Keller, famosa escritora estadounidense, fueron quemadas por tratarse de una autora ciega y sorda. También los cuadros de pintores como Vincent Van Gogh y Pablo Picasso fueron retirados de los museos.
Erich Kästner, autor de libros infantiles, lloró en la calle al presenciar la barbarie.
Las imágenes de las llamas que reducían a cenizas los libros dieron la vuelta a Europa y suscitaron una enorme indignación. Muchos intelectuales alemanes en el exilio consideraron este acto como la confirmación de la degradación de la democracia y la confirmación de la deriva nacionalsocialista que les había llevado a adoptar la dolorosa decisión de su partida. Por ejemplo Einstein, había dejado Alemania en diciembre de 1932, apenas un mes antes del ascenso al poder de Adolf Hitler. El escritor Thomas Mann, habló a través de las ondas de la emisora británica BBC a los oyentes en Alemania. “Es una voz de advertencia. Avisarles es el único servicio que un alemán como yo puede prestar hoy”, aseguró el Premio Nobel de Literatura.
En el primer aniversario de este episodio, el 10 de mayo de 1934, un grupo de intelectuales dirigidos por Heinrich Mann inauguró en París la Deutsche Freiheitbibliothek, la Biblioteca Alemana de la libertad, que pretendía ser una demostración concreta de que el espíritu alemán más auténtico no había sido quemado en las hogueras sino solo silenciado en su propio país.
El poeta Heinrich Heine, cuyas obras ardieron en 1933, había escrito un siglo antes: “donde se queman libros, al final también se acaba quemando gente”. Un oscuro presagio que se haría realidad años más tarde en los campos de concentración y exterminio nazi.