Juana_Borrero. Foto tomada de Internet

Juana Borrero: Figura fascinante del modernismo Hispano-Americano

Poeta y pintora cubana, considerada una niña prodigio y posiblemente por eso fue la artista más precoz de Cuba en el siglo XIX.

Vida y Obra

Juana Borrero Pierra nació el 18 de mayo de 1877, en Santos Suárez n. 15, Ciudad de La Habana, donde transcurrió la mayor parte de su breve pero intensa vida. Hija de Consuelo Pierra y Esteban Borrero Echevarría, médico de profesión y poeta por afición. Junto a sus hermanos, Juana recibió una esmerada educación, guiada por la propia familia y enriquecida por el favorable ambiente cultural que propiciaban las frecuentes tertulias que organiza su padre en la casa de Puentes Grandes.

Juana Borrero niña. Foto tomada de Internet

Juana  se destaca sobre todo por la precocidad de su talento. Entre los cinco y siete años de edad realiza, de manera espontánea, sus primeros dibujos y poemas. A los doce años escribió los sonetos Las hijas del Ran y Apolo, considerados entre los mejores de la literatura cubana. En 1891 publica en el más importante seminario de la ciudad La Habana Elegante su poema: Vespertino.

Vespertino

Para la amable señorita Teresa Aritzti

Hacia el ocaso fúlgido titila

el temblador lucero vespertino,

y a lo lejos, se escucha del camino

el eco vago de lejana esquila.

Como escuadrón de caprichosa fila

nubecillas de tono purpurino

se desvellonan en celaje fino,

etérea gasa, que disuelta oscila.

El rayo débil que las nubes dora,

lentamente se extingue, agonizante,

sus fulgores lanzando postrimeros;

y la noche se apresta vencedora

a desceñir sobre el cenit triunfante

su soberbia diadema de luceros.

Semanario La Habana Elegante, una de las publicaciones de la época. Foto tomada de Internet

Juana tenía doce años cuando conoció a otro de los grandes poetas cubanos, Julián del Casal a quien admiró y quien la tenía en la más alta estima. El poeta cubano de la angustia, como ha sido llamado Casal, sentía a su vez una apasionada inclinación hacia esa niña de alma lírica. 

En una ocasión Casal le escribe al padre Don Esteban Borrero sobre el talento de Juana: “No creo que haya habido aquí, en ninguna época, un solo poeta que haya escrito un soneto tan perfecto a esa edad, ni creo que entre los que hoy escriben versos, no siendo Varona, exista quien la pueda igualar…”. En otra ocasión, Casal le escribió estos versos:

¡Ah! Yo siempre te adoro como un hermano,

 no sólo porque todo lo juzgas vano

 y la expresión celeste de tu belleza,

sino porque en ti veo ya la tristeza de los seres que deben morir temprano.

Tras la repentina muerte de Julián del Casal en 1893, Juana siente por primera vez el vacío y el dolor de la pérdida le hace escribir a partir de ese momento tormentosos poemas de amor. Entre estos poemas y tanto sufrimiento Juana conoce al poeta matancero Carlos Pío Uhrbach (1872-1897), de quien se enamoró. En su  diario anotó acerca de Carlos Pio: “No sé por qué me atrae con su semblante enigmático y triste. Vuelvo a leer sus estrofas. Enclaustrado… ¿será sincero? ¡Oh Dios mío así es el hombre que yo he soñado!”

El poeta Carlos Pío Uhrbach. Foto tomada de Internet

Cerca de mil páginas, escritas en menos de dos años, fue la respuesta a la oposición paterna. En una de ellas, Juana escribe: “Anhelo estrechar tus manos. Quisiera poder besarte sobre los ojos y cubrir de caricias tu rostro adorado. ¡Es tan dulce un beso puro, es tan regeneradora una caricia tierna!”.

El epistolario que se atesora es prueba fehaciente de lo que expresara la poeta Fina García Marruz: “Era una niña intensa, lúcida y apasionadísima”.

Dueña de un espíritu rebelde y sumamente adelantado para su época, Juana comenta sobre el matrimonio, reflexiona que la sociedad exige que, para obtener lícitamente la dicha inmensa de estar junto a Carlos, es necesario “legalizar”, formalizar y consagrar con la fórmula fría ceremoniosa y superflua la unión de dos existencias. Más adelante, con vehemencia declara que se cumplan sus estúpidas farsas: “Yo soy tuya tuya sin remedio como tú eres mío, mío hace tiempo… ¿No están ya desposadas nuestras almas?

Misiva Floral, carta a su amado Carlos Pío. Foto tomada de Internet

Aunque menos conocida y estudiada, su labor como pintora también tuvo un desarrollo notable. En 1887 matricula en la Academia de Dibujo y Pintura de San Alejandro, que bajo la dirección de Miguel Melero abrió las puertas de la enseñanza artística a las mujeres. 

En este escenario fue condiscípula de futuras pintoras como Elvira Martínez y Adriana Bellini. Si bien en 1888 abandona las aulas de Academia San Alejandro, continuó recibiendo clases de la profesora Dolores Desvernine y más tarde del afamado pintor Armando Menocal. Recién llegado de España, Menocal la asume como discípula y muy pronto se percata de sus excelentes aptitudes para la pintura, así como de la independencia de su ingenio. 

Juana pintando en su taller de la casona de Puentes Grandes (foto de la época). Foto tomada de Internet

Esta formación temprana es complementada luego gracias a los viajes que realiza junto a su padre a los Estados Unidos en 1892 y 1893, respectivamente. Su estancia en ese país le permitió entrar en contacto con el ambiente cultural de su época a escala internacional: en Nueva York conoce a José Martí, quien quedó impresionado por su precocidad literaria y organizó una velada en su honor en Chikering Hall. En Nueva York pintó y visitó la Exposición Internacional de Chicago. Se actualiza a través de la prensa con respecto a las corrientes europeas en boga y recibe clases en el taller del retratista estadounidense Harold McDonald, quien se dice le instruyó en la técnica impresionista.

La destreza manifiesta en sus obras, le ganó la admiración de sus contemporáneos y la circulación de su obra en espacios promocionales como el Salón Pola (1892). Incluso, en 1893 el Negociado de Ayuntamiento le otorgó una beca para estudiar pintura en Europa, oportunidad que la joven rechazó por motivos políticos; su padre solicitó que fuera desplazada a los Estados Unidos, adonde él debía viajar nuevamente para ocuparse en los preparativos de la Guerra del ’95. Aunque esta petición no fue concedida, ambos viajaron a ese país en el verano de 1893. 

Julián del Casal dijo sobre su obra plástica: “Para comprender el valor de sus cuadros es preciso contemplar algunos de ellos. Corta serie de lecciones recibidas de distintos maestros han bastado para que iluminada por su genio se lanzase a la conquista de todos los secretos del arte pictórico”.

En 1895 publicó Rimas, en la Biblioteca Gris y Azul que dirigía Francisco García Cisneros, y poemas en El Fígaro y La Habana Elegante. Además fue incluida en el tomo de poetisas cubanas de Manuela Herrera de Herrera titulado Escritoras cubanas. Composiciones escogidas de las más notables autoras cubanas.

En 1895 Carlos Pío partió hacia la manigua y aquel fue su último adiós. Al año siguiente la familia Borrero debe marchar definitivamente a Cayo Hueso luego del estallido de la Guerra y la consecuente persecución por parte de las autoridades españolas.

Poco antes de morir escribió  a su novio, “Me muerde la sierpe que llevo oculta en el pecho…”, y visitó el cementerio donde sería enterrada, “… para reconocer la tierra donde se levantaría su morada en la eternidad”. El 9 de marzo de 1896, Juana Borrero muere en Cayo Hueso, víctima de fiebre tifoidea, justo dos meses antes de cumplir 19 años. 

Como testamento, dejó un poema escrito justamente para su gran amor, Ultima Rima:

Yo he soñado en mis lúgubres noches,

En mis noches tristes de penas y lágrimas,

Con un beso de amor y sin fuego, sin fiebre y sin ansias,

Yo no quiero el deleite que enerva,

El deleite jadeante que abraza,

Y me causan hastío infinito

Los labios sensuales que besan y manchan.

¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible!

Mi novio soñado de dulce mirada,

Cuando tú con tus labios me beses,

Bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.

Dame el beso soñado en mis noches,

En mis noches tristes de penas y lágrimas,

Que me deje una estrella en los labios

Y un tenue perfume de nardo en el alma.

Carlos Pío apenas la sobrevivió, murió en combate el 24 de diciembre de  1897. En uno de los bolsillos de su chaqueta se encontró un retrato de la joven, y cosidas  al traje, bien cerca de su pecho, las cartas que Juana le escribiera.

Legado

Pese a la brevedad de su vida, dejó testimonio suficiente de su genio literario y pictórico. En este último caso, sus trabajos se caracterizan por el dibujo de línea segura y vigorosa, como fue también su propia personalidad. Teniendo en cuenta que algunas de estas piezas las concebía como ilustraciones de sus poemas, predomina el tema alegórico, aunque trabajó también las escenas de género, la naturaleza muerta y algunos paisajes. En su estilo, mucho más deudor de la escuela española que de la francesa, se vislumbra sin embargo la influencia del universo mitológico de los artistas franceses Pierre Puvis de Chavannes (1824-1898) y el trazo seguro de Henri de Toulouse Lautrec (1864-1901), de quienes fue una fiel admiradora.

Esta joven, es ante todo una figura de transición, cuyo ideal de modernidad no se desentiende de la herencia anterior, sino que a partir de ella esboza los signos del cambio, de la predilección por nuevas temáticas con tintes de realismo social. 

Aunque es poca su producción pictórica, forma parte importante en la etapa del academicismo en la pintura cubana. Pilluelos y Las Niñas están expuestos en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. También son muy conocidos otros dos óleos; Doña Crucesita y el Señor de la tabaquera.

Las niñas, obra de Juana Borrero. Foto tomada de Internet

Resulta destacable uno de sus títulos más conocidos, Pilluelos. La peculiaridad de esta obra no estriba solamente en haber sido realizada por la artista poco tiempo antes de morir, sino en la gracia misma de su acabado, en la frescura y espontaneidad que conserva, así como en la sagacidad de incorporar la imagen del negro en la pintura más allá del tono humorístico acostumbrado en la época.

Pilluelos, obra de Juana Borrero. Foto tomada de Internet

La obra pictorica de Juana Borrero figuró también en la exposición 300 años de arte en Cuba, celebrada en La Habana en abril de 1940; y más tarde, en 1977 el Museo Nacional de Bellas Artes (Cuba) en coordinación con el Ministerio de Cultura realizó una exposición homenaje en el año de su centenario.

La mitificación de su vida y obra comenzó de mano de sus contemporáneos aún antes de morir la joven, y habría de seguir creciendo después de su muerte y hasta nuestros días. Algunos comentarios en torno a su obra, pueden ilustrar suficientemente su importancia para la literatura y el arte cubano:

El proceso hubo de iniciarlo Julián del Casal en 1893 a partir del calificativo de “virgen triste”, empleado en un sentido que ha perdurado hasta hoy y que pocos críticos han intentado cuando menos matizarlo:

Ella nos brindará después, en la concha de la rima, la perla de su ensueño, pálida unas veces y deslumbradora otras, pero siempre de inestimable valor. Así pasa los días de su infancia esta niña verdaderamente asombrosa, cuyo genio pictórico, a la vez que poético, promete ilustrar el nombre de la patria que la viera nacer.” 

Para la joven poeta, Casal era un modelo poético insuperable sobre las cuerdas del modernismo hispanoamericano. Se nota en sus versos la influencia del gran lírico, sobre todo, en sus estupendos sonetos.

Su novio Carlos Pío escribió: “Pero sí diré lo que valía, lo que era, lo que pudo ser, dónde le hubiera sido fácil llegar, porque sus alas eran poderosas para cernirse sobre las cimas maravillosas del arte, porque la estructura de su pecho no estaba constituida para respirar los miasmas de la tierra. Nadie más sedienta de idealidad que ella!”.

A pesar de sus escasos diecinueve años de existencia dejó una huella indiscutible en la lírica cubana; su admiración por Casal, su noviazgo con el poeta Carlos Pio Uhrbach, su entorno familiar, favorecieron que José Lezama Lima la considerara iniciadora del “misterio de la participación poética”.

El poeta y ensayista Ángel Augier la llamó, “adolescente atormentada”; Dulce María, su hermana, también escritora, la recordaba, “con la tez encendida y los labios jadeantes de música”; Rubén Darío la distinguía como “pobre y adorable soñadora” y afirmaba, “ya son célebres sus libros de versos en su Isla y en gran parte de América”.

El escritor y poeta dominicano Max Henriquez Ureña la valora, “Juanita, niña genial, uno de los poetas cubanos de más fina y honda sensibilidad”.

Cintio Vitier, quien la definiera como “la niña musa”, señaló que “El destino de Juana hay que entenderlo desde los supuestos ultra-románticos difundidos en los medios artísticos del fin del siglo y representados entre nosotros con especial sinceridad y lucidez por su amado maestro Julián del Casal. Entre esos supuestos o quintaesencias pueden señalarse dos: la Naturaleza es abominable; la alegría es vulgar”.



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