El 6 de abril de 1943, de la mano del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry veía la luz El Principito. Una de las obras literarias más famosas del siglo XX. Su lenguaje sencillo y metafórico, enseña tanto a niños como a adultos a comprender y valorar las cosas desde las más simples hasta las más complejas. Es hoy por hoy, un clásico de la literatura universal que se ha traducido a casi doscientas lenguas.
Catalogada como una sencilla lectura infantil o juvenil en un principio, trata de temas profundos para todas las edades. El amor, la vida, la amistad, la confianza o la sinceridad son ejes principales donde gira la historia. Su complejidad reside en el alma del mismo pequeño personaje que transmite al lector todo un mundo de sabiduría. Eso lo convierte en una lectura eterna que pasa de generación en generación.
Aviador devenido escritor
Antoine Marie de Saint-Exupéry nació el 29 de junio del año 1900 en el seno de una familia acomodada de Lyon (Francia). Su padre, Jean de Saint-Exupéry era ejecutivo de una compañía de seguros, y su madre, Marie de Fronscolombe era una mujer de gran sensibilidad artística. Tenía cuatro hermanos.
Cuando Antoine solamente contaba con cuatro años de edad falleció su padre, lo que provocó el traslado de su familia a Le Mans. Residió en el castillo de su tía, ubicado en la localidad de Saint-Maurice-de-Remens. En esta gran casa el pequeño niño vivió una infancia feliz rodeado del cariño de su familia, en especial de su adorada madre. Más tarde se trasladó de nuevo a Le Mans para estudiar con los jesuitas en Villefranche y en Suiza en un colegio marianista de Friburgo, ciudad en la que habitó durante dos años entre 1915 y 1917.
Su interés por la mecánica y la aviación se remonta a la infancia: en el verano de 1912, durante las vacaciones, en el castillo de Saint-Maurice, el adolescente se acercó hasta el cercano aeródromo de Ambérieu, logrando entablar conversación con uno de los más importantes pilotos del momento, Jules Védrines (1881-1919). Al experimentado aviador debió caerle en gracia aquel jovencito curioso y decidido, puesto que lo invitó a volar con él. Para Antoine este bautismo del aire sería decisivo en su vida, y la pasión de volar ya no lo abandonaría nunca.
Terminó el bachillerato en 1917 y, tras fracasar en el examen de ingreso para la Universidad decidió matricularse en Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes.
En el año 1921 cumplió el servicio militar y comenzó a sentirse atrapado por la aviación, determinando firmemente su propósito de ser piloto en la ciudad de Estrasburgo, al tiempo que frecuentaba los medios literarios.
En este período dio inicio a un noviazgo con Louise de Vilmorin.
Consiguió el título de piloto pero no ejerció profesionalmente hasta su ruptura con Louise, quien no deseaba que Antoine se dedicara a la aviación.
El año 1926 marcó un giro decisivo en su vida: publicó su narración breve El aviador en la prestigiosa revista literaria Le Navire d’Argent, dirigida por el escritor y periodista Jean Prévost, y consiguió un contrato como piloto de línea para una sociedad de aviación. A partir de entonces, a cada escala del piloto correspondió una etapa de su producción literaria, alimentada con la experiencia. Mientras se desempeñaba como jefe de estación aérea en el Sahara español, escribió su primera novela, Correo del Sur (1928).
La escala siguiente fue Buenos Aires, al ser nombrado director de la Aeroposta Argentina, filial de la Aéropostale, donde tuvo la misión de organizar la red de América Latina. Tal es el marco de su segunda novela, Vuelo nocturno. Con esa novela ganó el Prix Femina, afamado galardón literario en Francia y el National Book Award estadounidense.
En 1931, contrae matrimonio con la escritora y artista salvadoreña Consuelo Suncin. Entabló con ella una relación tormentosa, separándose y reuniéndose a través de los años. Consuelo es considerada la musa del escritor francés, incluso su personaje de la Rosa, el objeto más preciado del Principito, está inspirada en su esposa.
Durante su vida, el piloto francés se estrelló en numerosas ocasiones. La más conocida es la del 30 de diciembre de 1935, cuando cayó en el desierto del Sahara. Esa vez, Saint Exupéry competía en una carrera en una ruta París-Saigón. Él y el mecánico aviador André Prévot sobrevivieron milagrosamente a la colisión, pero se quedaron rápidamente sin agua. Sus suministros les duraron sólo un par de días; debido al intenso calor del desierto, sufrieron alucinaciones y estuvieron al borde de la muerte. Fueron rescatados por un beduino al cuarto día de su desventura.
El choque en el Sahara sirvió como inspiración para Tierra de Hombres, un libro biográfico publicado en febrero de 1939. El libro recibió aplausos de la crítica y ganó varios premios. Fue traducido al español y al inglés; curiosamente, la versión para Estados Unidos fue modificada por el autor, quien consideró que algunas partes del libro original eran “inapropiadas” para los lectores norteamericanos. El episodio del desierto también aparece como punto de partida de El Principito.
Tras escribir El Principito, Saint-Exupéry volvió a la Fuerza Aérea de Francia para volar con los aliados. En 1943 intentó reingresar a labores de combate, a pesar de que había pasado el límite de edad por 8 años. Dwight Eisenhower le concedió un permiso especial; sin embargo, las lesiones ocasionadas por sus choques anteriores evitaron que pudiera desempeñar esas tareas, al grado de no poderse poner por sí mismo su traje de vuelo.
Saint-Exupéry desapareció el 31 de julio de 1944 durante una misión de reconocimiento. Nunca se supo el paradero del piloto. Varios días después, un cuerpo con un traje de la Fuerza Aérea de Francia fue hallado al sur de Marsella. Se presumió que era del escritor y se enterró en septiembre. Durante más de 50 años, la muerte de Saint-Exupéry fue uno de los grandes misterios del mundo literario.
Póstumamente aparecieron libros como La Ciudadela (1948), cuadernos de notas, o Carta A Su Madre (1955).
En septiembre de 1998, un pescador francés halló un brazalete de plata con los nombres de Saint-Exupéry y su esposa Consuelo, lo que reavivó el interés. En mayo de 2000, un buzo encontró restos de un P-38 Lightning, el avión que usó el escritor el día que desapareció, esparcidos por la costa de Marsella. Fue hasta 2003 que los restos pudieron ser recuperados, y tras un análisis, autenticados como la nave de Saint-Exupéry. Sobre el cuerpo hallado en 1944, se mantiene la teoría de que pudo haber sido arrastrado por el mar hasta el punto donde se encontró, aunque esta hipótesis no ha podido ser confirmada.
El lector que descubre El Principito
Es un cuento infantil que relata la historia de un piloto perdido en el desierto del Sahara después de que su avión sufriera una avería, pero para su sorpresa, conoce a un pequeño príncipe proveniente de otro planeta. Visitará seis planetas, y encontrará a diversos personajes que le demostrarán lo vacías, egoístas y ambiciosas que se vuelven las personas cuando llegan a la adultez.
En El Principito, lo fácil se convierte en difícil profundizando en el porqué de las cosas y buscando razonamientos humanos con lógica y dejando siempre alguna moraleja entre sus capítulos.
La comprensión o la misma fragilidad de un ser pequeño y minúsculo en el universo, es comparable con la ilusión y el amor que se transmite en cualquier hazaña que hagamos.
Las ilustraciones de El Principito fueron realizadas por Saint-Exupéry. Antes de volverse piloto, Antoine estudió Arquitectura en la Escuela de Bellas Artes de Francia, aunque nunca terminó la carrera. El autor nunca se consideró bueno en el dibujo, algo de lo que se burla El Piloto al inicio de la obra.
Estamos ante un libro cuya mayor cualidad es la sensibilidad. Lo sencillo se engrandece convirtiéndose en especial: desde una diminuta rosa, al mismo sol pasando por un avaricioso o un simple zorro.
En esta obra quedan expuestos los estrechos límites que separan literatura y filosofía. Saint-Exupéry nos adentra, a través de la añoranza de la infancia, en escabrosos asuntos como el paso del tiempo, la relación entre niños y adultos (y de su mano, la pedagogía), la unicidad y el valor de cada experiencia, el egoísmo y la egolatría, y, por último, aquello que solo puede captarse con un sentido muy especial: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.