Hans Christian Andersen. Foto tomada de Internet

Hans Christian Andersen: El cuento de mi vida

El 2 de abril de 1805, nació en Odense, Dinamarca, el más famoso de los escritores de ese bello país: Hans Christian Andersen. Inscrita en el romanticismo, su obra comprende diversos libros de poemas, novelas y piezas para el teatro; sin embargo, Andersen debe su celebridad a las magníficas colecciones de cuentos que publicó entre 1835 y 1872. Por su poderosa inventiva y la equilibrada sencillez de su estilo y de su técnica narrativa, Andersen es reconocido como el primer gran clásico de la literatura infantil.

Vida y Obra

Hombre de origen humilde y formación esencialmente autodidacta, en quien influyeron poderosamente las lecturas de los escritores Goethe, Schiller y E.T.A. Hoffmann. Tuvo una primera niñez bastante feliz entre un padre zapatero, soñador inquieto y librepensador, y una madre más vieja que su marido, supersticiosa y activa, siempre dispuesta a mimar a su hijo; tal equilibrio quedó alterado con la muerte del padre, a quien el espejismo de la guerra napoleónica había alejado de la familia, y el segundo matrimonio de la madre.

En 1819, a los catorce años, viajó a Copenhague en busca de fortuna. En vano esperó llegar a ser cantante, actor o por lo menos bailarín, ni tampoco fueron más afortunadas sus primeras tentativas poéticas. La crisis que vivía el país y su escasa formación intelectual obstaculizaron seriamente su propósito.

Sin embargo, con la ayuda del director teatral Jonas Collin, (que intervino para que se le concediera una beca), logró cursar estudios regulares, y en 1828 obtuvo el título de bachiller. Un año antes se había dado a conocer con su poema El niño moribundo, que reflejaba el tono romántico de los grandes poetas de la época, en especial los alemanes. En esta misma línea se desarrollaron su producción poética y sus epigramas, en los que prevalecía la exaltación sentimental y patriótica.

En 1830, durante un viaje, pasó la experiencia de su primer amor, desdichado como los dos que siguieron (Luisa Collin, la hija de su protector, y por la soprano Jenny Lind, el famoso “ruiseñor del Norte”), Andersen era escasamente atractivo. Entre las numerosas composiciones de este período cabe destacar Caminata desde el canal de Holmen hasta la punta oriental de Amager, el vodevil Amor en la torre de San Nicolás y las recopilaciones de versos Poemas (1830), Fantasías y esbozos (1831), Cuadros de viaje por el Harz, Suiza, Sajonia, etc., en el verano de 1831 y el ciclo poético Los doce meses del año.

El escaso éxito de sus obras teatrales y su insaciable curiosidad lo impulsaron a viajar por Europa. En los años 1833 y 1834 estuvo en Francia y en Italia, posteriormente, ya famoso gracias a sus cuentos, visitaría Alemania, Grecia, Turquía, Suecia, España y el Reino Unido, entre otros países, y anotaría sus impresiones en interesantes cuadernos y libros de viaje: Bazar de un poeta (1842), En Suecia (1851), España (1863) y Visita a Portugal (1866).

Retrato de 1836, pintado por Christian Albrecht Jensen. Foto tomada de Internet

En 1835, de regreso tras su primer viaje, alcanzó cierta fama con la publicación de su novela El improvisador. Además de los cuentos, son dignas de recuerdo las novelas O.T. (1837), Tan sólo un violinista (1837), Las dos baronesas (1848), Ser o no ser (1857) y Pedro el afortunado (1870), todas de inspiración más o menos autobiográfica. Interpretó su propia vida como un bello cuento en sus repetidas autobiografías: El libro de la vida (1832-33), El cuento de mi vida (1846) y Mit Livs Eventyr (1855), reelaboración danesa de la anterior.

Hans Christian Andersen murió a los setenta años, el 4 de agosto de 1875.

Los cuentos de Andersen

Durante una estancia en el Reino Unido, Andersen había entablado amistad con el novelista Charles Dickens, cuyo poderoso realismo, al parecer, fue uno de los factores que le ayudaron a encontrar el equilibrio entre realidad y fantasía, en un estilo que hallaría su más lograda expresión en una larga serie de cuentos. Al regreso de su primer viaje a Italia, que tuvo la virtud de estimular su fértil imaginación, Andersen preparó y publicó Cuentos para contar a los niños, primero de sus famosísimos libros de cuentos infantiles. Posteriormente verían la luz nuevas colecciones en los años 1843, 1847 y 1852; la última de ellas fue Nuevos cuentos e historias entre 1858-1872.

Inspirándose en tradiciones populares y narraciones mitológicas extraídas de fuentes alemanas y griegas, así como en experiencias particulares, Andersen llegaría a escribir, entre 1835 y 1872, un total de 168 cuentos protagonizados por personajes de la vida diaria, héroes míticos y nacionales, animales y objetos animados. Parte de ellos son historias que el autor había oído contar en su Odense natal  y que reproduce con tonos sencillos de gusto popular y, al mismo tiempo, estilísticamente refinados (Buen humor, Colás el chico y  Colás el grande, o El porquerizo). Otros, como Ole Luköje y El cerro de los elfos, están tomados de leyendas.

Pulgarcita, ilustración, siglo XIX. Foto tomada de Internet

Con todo, la mayor parte de las historias son pura invención de Andersen, hecho en que el danés se aparta de la línea de autores que reelaboraron cuentos tradicionales (como el francés Charles Perrault en el siglo XVII) o se limitaron a transcribirlos y compilarlos buscando preservar su pureza y espontaneidad originales (como los hermanos Grimm). Andersen reveló una poderosa fantasía al convertir incluso a seres inanimados en protagonistas de sus narraciones, como ocurre en El soldadito de plomo, La Tetera, El viejo farol o Las Velas. Animales y también plantas son personajes habituales (El ruiseñor, El sapo, El patito feo, La mariposa, La margarita, El abeto o El último sueño del viejo roble), sin que falten por ello los protagonistas humanos, como en Ib y Cristinita, La Virgen de los Ventisqueros o El compañero de viaje.

La pareja de enamorados (El trompo y la pelota), ilustración, siglo XIX. Foto tomada de Internet

La maestría y la sencillez expositiva logradas por Andersen en sus cuentos no sólo contribuyeron a su rápida popularización, sino que consagraron a su autor como uno de los grandes genios de la literatura universal. Dirigidas en principio al público infantil, aunque admiten sin duda la lectura a otros niveles, las narraciones de Andersen se desarrollan en un escenario donde la fantasía forma parte natural de la realidad y las peripecias del mundo se reflejan en historias que, no exentas de un peculiar sentido del humor, tratan de los sentimientos y el espíritu humanos.

Andersen escribió en 1857 cuando ya estaba convencido de haber encontrado en los Cuentos la forma de expresión más apropiada a su talento de escritor: “El cuento es el más dilatado de los dominios de la Poesía: se extiende desde los ensangrentados sepulcros del tiempo primitivo hasta la imaginería de las leyendas piadosas infantiles, admite en sí tanto la poesía popular como la artística; para mí el cuento representa a toda la poesía, y el que lo domina sabe encerrar en el lo trágico y lo cómico, la ingenuidad, la ironía y el humor; a su servicio están las cuerdas de la lira, la lengua de los niños y los recursos del contemplador de la naturaleza”.

Valiéndose de elementos fabulosos o reales y autobiográficos, Andersen identificó sus personajes con valores, vicios y virtudes para describir la eterna lucha entre el bien y el mal y dar fe del imperio de la justicia, de la supremacía del amor sobre el odio y de la persuasión sobre la fuerza. En sus Cuentos resalta una bondad natural que han asegurado a su obra un lugar en el corazón de los hombres y la han levantado por encima de las barreras del tiempo y del espacio.

En su honor, desde 1956 se concede, cada dos años, el premio Hans Christian Andersen de literatura infantil y, desde 1966, también de ilustración. El 2 de abril, fecha de su nacimiento, se celebra el Día Internacional del Libro Infantil. 

Estatua del escritor y uno de sus personajes en Central Park, New York. Foto tomada de Internet
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