Orbis sensualium pictus de Jan Ámos Comenius. Foto tomada de Internet

Historia de la Literatura Infantil

Los libros para niños inundan hoy en día las librerías de todo el mundo. Los hay de todos los géneros, en diversos formatos, con sonidos y hasta con olores. Pero esta vasta oferta es un fenómeno muy reciente en términos de historia de la literatura.

La crítica literaria moderna considera esencial el carácter de “literatura” dentro de este tipo de escritos, por lo que hoy se excluye de la producción actual los textos básicamente morales o educativos, aunque todavía siguen primando estos conceptos en toda la Literatura Infantil dado el contexto educativo en el que se desarrolla su lectura. Esta es una concepción muy reciente y casi inédita en la Historia de la Literatura.

La literatura para niños ha pasado de ser una gran desconocida en el mundo editorial a acaparar la atención del mundo del libro, donde es enorme su producción, el aumento del número de premios literarios y el volumen de beneficios que genera. Esto se debe en gran parte al asentamiento de la concepción de la infancia como una etapa del desarrollo humano propia y específica, es decir, la idea de que los niños no son, ni adultos en pequeño, ni adultos con minusvalía, se ha hecho extensiva en la mayoría de las sociedades, por lo que la necesidad de desarrollar una literatura dirigida y legible hacia y por dicho público se hace cada vez mayor.

Orígenes

La concepción de infancia o niñez, no emerge en las sociedades hasta la llegada de la Edad Moderna y no se generaliza hasta finales del siglo XIX. En la Edad Media no existía una noción de la infancia como período diferenciado y necesitado de obras específicas, por lo que no existe tampoco, propiamente, una literatura infantil. 

Eso no significa que los menores no tuvieran experiencia literaria, sino que esta no se definía en términos diferenciados de la experiencia adulta. Dado el acaparamiento del saber y la cultura por parte del clero y otros estamentos, las escasas obras leídas por el pueblo pretendían inculcar valores e impartir el dogma, por lo que la figura del libro como vehículo didáctico está presente durante toda la Edad Media y parte del Renacimiento. Dentro de los libros leídos por los niños de dicha época podemos encontrar los bestiarios, abecedario, silabarios o catones (estos contenían frases completas). Es de suponer que en esta época los niños oirían con gusto poesías, cuentos y cuentos tradicionales que no estaban, en principio, pensados para el público infantil. 

Con la invención de la imprenta moderna los niños tuvieron acceso a libros que hasta ese momento sólo se conocían en su versión oral. 

Aparación de la imprenta. Foto tomada de Internet

Entre los primeros se encuentran  adaptaciones de algunas obras de corte clásico, como las Fábulas de Esopo en las que, al existir animales personificados, eran orientadas hacia este público. Una traducción al castellano de las fábulas de Esopo fue editado en España en 1489, con grabados en madera, se trató del Esopete Ystoriado. Numerosas cartillas y abecedarios debieron de imprimirse en esta época, así como adaptaciones de los libros sagrados, como el Antiguo Testamento para los niños, del pintor Hans Holbein (1549).

Ilustración del Esopete Ystoriado. Foto tomada de Internet

El autor italiano y coleccionista de cuentos de hadas Giovanni Francesco Straparola (1480-1557) escribió Las noches agradables (Le piacevoli notti), entre 1550-1555, también conocida como Las noches de Straparola, es una colección en dos volúmenes de 75 historias. Escrito bajo el modelo del Decamerón de Boccaccio, frecuentemente se le considera el primer libro europeo en contener cuentos de hadas. Su influencia llegaría a autores posteriores de cuentos de hadas como Charles Perrault y Jacob y Wilhelm Grimm. 

Las noches agradables, siglo XVI. Foto tomada de Internet

Superada la faceta exclusivamente didáctica de los libros infantiles, fue tomando forma la idea de que el niño no es un adulto en miniatura, sino que tiene una concepción diferente del mundo y la lectura, a la que había que adaptarse.

Edad Moderna s. XVII y XVIII

En la Edad Moderna, el redescubrimiento del mundo antiguo saca nuevamente a la luz las fábulas de la Antigüedad. Junto a traducciones de Esopo (S. VI a.C.) aparecieron nuevos autores: en España, Sebastián Mey y su Fabulario de cuentos antiguos y nuevos (1613), en el que reunió 57 fábulas y cuentos que concluyen con una lección moral; de la misma manera, en Francia Jean de la Fontaine (1621-1695) publica sus Fábulas en 1688. 

Jean de la Fontaine. Foto tomada de Internet

En 1658 se editó en Alemania el Orbis Sensualium Pictus (El mundo en imágenes), del monje y pedagogo checo Jan Amos Comenio. Revolucionario dentro de la literatura infantil; este texto en imágenes se publicó en cuatro idiomas, latín, alemán, italiano y francés y es considerado el primer libro ilustrado para niños y precursor de la utilización de técnicas audiovisuales en el aula.

Surgen también obras que versan sobre fantasía, siendo un fiel reflejo de los mitos, leyendas y cuentos, propios de la trasmisión oral, que ha ido recopilando el saber de la cultura popular mediante la narración de estas, por parte de las viejas generaciones a las generaciones infantiles. 

La mayoría de los especialistas coinciden en señalar que fue Charles Perrault (1628-1703) con Cuentos del pasado (1697), quién da inicio a la tradición literaria infantil.  El texto reúne relatos populares franceses, leyendas célticas y narraciones italianas. Con ellos, Perrault introdujo y consagró los cuentos de hadas en la literatura infantil.

Charles Perrault. Foto tomada de Internet
Portada del manuscrito de 1695. Foto tomada de Internet
El Gato con Botas, página manuscrita e ilustrada, 1695. Foto tomada de Internet

Por aquel entonces se popularizaron también las narraciones de Las mil y una noches (1704), gracias a la traducción que hizo Antoine Galland. Célebre recopilación de cuentos tradicionales del Oriente Medio que utiliza la técnica del relato enmarcado, donde  la historia principal de Scheherezade sirve de marco a los demás relatos y que causó un gran impacto en toda Europa. 

Conforme aparecieron novelas ligeras de aventuras, la atención por la lectura infantil fue en aumento. En la primera mitad del siglo XVIII ocurren dos acontecimientos trascendentes, la publicación de Los viajes de Gulliver (1719) de Jonathan Swift y, por otro, la de Robinson Crusoe (1726) de Daniel Defoe, ambas escritas para adultos pero recomendadas con el paso del tiempo también para niños. Claros ejemplos de lo que todavía hoy, son dos temas que reúne la Literatura Infantil: los relatos de aventuras y el adentrarse en mundos imaginados, inexplorados y diferentes.

Entre las pocas autoras conocidas en este período se encuentran Madame D’Aulnoy autora de cuentos como El pájaro azul y El príncipe jabalí, aparecidos en Les Contes des Fées (Cuentos de hadas) y Contes Nouveaux ou Les Fées a la Mode (Cuentos nuevos o las hadas de la moda); y  Jeanne-Marie Leprince de Beumont (1711-1776), más conocida como Madame Leprince de Beaumont, que en 1757 escribió El almacén de los niños, que incluye su hermoso cuento La Bella y la Bestia.  

Es a partir de la obra Emilo o De la Educación del filósofo francés Jean-Jacques Rousseau, cuando se empieza a ver que los más pequeños tienen unas características de lectura propias. Y entonces, se comienza a pensar en una literatura infantil dirigida exclusivamente para niños. Rousseau  atacó al sistema educativo de su época, sosteniendo que los niños debían ser educados en base a sus intereses y no a través de una estricta disciplina.

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