Dulce María Loynaz. Foto tomada de Internet

Dulce María Loynaz: Presencia inolvidable del alma cubana

Dulce María Loynaz trae consigo una nueva sensibilidad. En sus versos la realidad y la fantasía suelen entrelazarse y confundirse a tal grado, que a veces resulta imposible marcar una línea divisoria entre las dos“…

Max Henríquez Ureña, escritor dominicano

Vida y Obra

Dulce María Loynaz Muñoz, nació en La Habana, el 10 de diciembre de 1902. Última descendiente de una estirpe de fundadores, sus antepasados provenían del País Vasco, y entre ellos se contaban varios personajes ilustres que habían destacado sobre todo en el ámbito militar y religioso. En su familia no existían, sin embargo, antecedentes literarios, aparte de algunas composiciones de su padre, escritas como aficionado.

Fue la mayor de cuatro hermanos nacidos de la unión entre Enrique Loynaz del Castillo, general del Ejército Libertador y de María de las Mercedes Muñoz.

Su infancia transcurrió en una casa del popular barrio cubano de El Vedado, donde había nacido y donde vivió la mayor parte de su vida. Creció, junto con sus hermanos Enrique, Carlos Manuel y Flor, rodeada por un ambiente cultivado, en el que se fomentaba la expresión artística y que acogió con satisfacción la incipiente sensibilidad poética que despertaba en ella.

Tanto Dulce María como sus hermanos jamás asistieron a un colegio; realizó sus estudios con profesores particulares, en el hogar, bajo la supervisión de sus padres. Pese a ello, adquirió y asimiló en profundidad una vasta cultura, que alimentaría toda su trayectoria literaria y que se reflejaría en cada una de sus palabras.

La joven Dulce María a la edad de quince años. Foto tomada de Internet

En 1919 publica sus dos primeros poemas, Vesperal e Invierno de almas, en el diario La Nación, que significaron la entrada de Dulce María en el mundo de las letras. Al año siguiente visita a los Estados Unidos. A partir de esa fecha realiza numerosos viajes por Norteamérica y casi toda Europa.

Posteriormente estudió derecho civil en la Universidad de La Habana, doctorándose en 1927, carrera que llegó a ejercer durante un cierto tiempo “con mediano éxito” según reconoció ella misma “porque la providencia no me había llamado para ser abogada”. Paralelamente se dedica a la literatura. En 1928 empezó a escribir su novela lírica Jardín, que terminaría siete años después y que no se publicaría en España hasta 1951.

Con 21 años en 1923. Foto tomada de Internet

En 1929 escribe Carta de amor al Rey Tut-Ank-Amen, inspirada por su visita a la tumba del famoso faraón Tutankhamon, tras un largo viaje por Egipto, Turquía, Túnez, Siria, Libia y Palestina.

En la década de los 30 su casa de La Habana comienza a convertirse en centro de la vida cultural de la ciudad, acogiendo en las llamadas “juevinas” a diversos intelectuales y artistas, como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, con el que mantuvo una entrañable amistad, Gabriela Mistral o Alejo Carpentier.

En el año 1937 contrajo matrimonio con su primo Enrique Quesada Loynaz, un matrimonio que se disolvió seis años más tarde, en 1943, entre otras razones por su imposibilidad para tener hijos. En 1937 publicó Canto a la mujer estéril, poema que resume el sentimiento de frustración de una mujer impedida de procrear. En 1938 publica Versos, una recopilación de poemas escritos entre 1920 y 1938.

En 1946 contrae matrimonio con el periodista canario Pablo Álvarez de Cañas, un hombre a quien había conocido en su juventud y que regresó a su vida años después para servirle de máximo impulsor y apoyo para su obra en Cuba y en el extranjero. Permanecieron juntos hasta 1961, fecha en que Pablo viajó al extranjero donde permaneció 11 años. En 1972 regresó enfermo a Cuba y falleció en su casa del Vedado en compañía de Dulce María en 1974.

El General Enrique Loynaz del Castillo lleva al altar a su hija, la escritora Dulce María Loynaz, La Habana, 1946. Foto tomada de Internet
Con Pablo Álvarez de Cañas, en su residencia. Foto tomada de Internet

Tras su matrimonio con Pablo Álvarez de Cañas inicia una serie de viajes que la llevarían por gran parte de América del Sur: Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, desde 1947 hasta 1958.

También visitaría España, país con el que mantuvo una profunda relación y a la que dedicó gran parte de su obra. Su persona siempre fue recibida en la península con honores, y fue galardonada en diversas ocasiones por su talento poético. En 1947 recibió la Cruz de Alfonso X el Sabio, en 1951 ingresó como Miembro Correspondiente en la Academia Nacional de Arte y Letras, y fue homenajeada en las Islas Canarias, donde fue declarada Hija Adoptiva de Puerto de la Cruz. Asistió, invitada por la Universidad de Salamanca, a la celebración del V centenario del nacimiento de los Reyes Católicos (1953), le otorgó a modo de homenaje la cátedra Fray Luis de León, y el mismo año asistió como delegada al Segundo Congreso de Poesía, presidido por Azorín. Dos años después fue nombrada académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo.

Dio recitales de poesía por toda la Península, además de numerosas conferencias, como Gertrudis Gómez de Avellaneda, La Gran Desdeñada; Poetisas de América; Mujer entre dos islas y El último rosario de la reina, ambas de 1951, y Gabriela y Lucila (1957).

Dulce María Loynaz con Gabriela Mistral en el patio de la casa de 19 y E. Foto tomada de la biblioteca virtual Miguel de Cervantes

De esta época son las obras Juegos de agua; versos del agua y del amor (1947); Mi poesía autocrítica (1951); Poemas sin nombre (1953); Obra lírica (1955), que recopila todos sus versos anteriores; Últimos días en una casa (1958) y Un verano en Tenerife, publicado el mismo año, que le valió que una calle de esa isla fuera bautizada con su nombre, y es una de las obras más importantes de cuantas se hayan publicado sobre las Islas Canarias. También durante este período escribió diversas crónicas en las que dio a conocer sus impresiones acerca de sus viajes por América del Sur, Europa y España. Algunos de estos artículos, que aparecen en periódicos como El País y Excélsior, son Impresiones de un cronista (1947), Crónicas de América del Sur (1947), El Succés de la semana (1948), Crónicas de ayer (1954) y Entre dos primaveras (1954).

Regresa a Cuba en 1958, a la paz de su casa de El Vedado para dedicarse desde allí a la literatura. Es electa miembro de la Academia Cubana de la Lengua en 1959 y de la Real Academia Española de la Lengua en 1968.

En 1981 es condecorada con la Distinción Por la Cultura Nacional por el Ministerio de Cultura de Cuba, y en 1984 publica  Poesías escogidas. Es proclamada miembro Emérito de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1989. Dos años después ven la luz Bestiarium, que recoge algunos de sus poemas breves escritos en los años veinte,  y Poemas náufragos, por los que recibió el Premio de la Crítica en Cuba de 1992.

Dulce María Loynaz fue galardonada el 5 de noviembre de 1992 con el Premio Cervantes de Literatura, el máximo galardón de las letras castellanas, con lo que se convirtió en la segunda mujer en conseguirlo, después de la española María Zambrano, en 1988.

El Rey Juan Carlos de España le entrega el Premio Cervantes. Foto tomada de Internet

Presentada como candidata por el escritor cubano Pablo Armando Fernández, entre los optantes figuraban escritores de renombre como Camilo José Cela, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Mario Benedetti, Rosa Chacel y Miguel Delibes.

Al conocer el resultado del premio manifestó: “Me siento muy bien y contenta por el Premio Cervantes. No lo esperaba ni me había llegado ningún murmullo y ni siquiera sabía que estaba propuesta para el Cervantes. Prácticamente he nacido escribiendo, pero he escrito más prosa que poesía. Considero que mi mejor libro es uno de viajes sobre las Islas Canarias, que se llama Un verano en Tenerife y que lo publiqué en Madrid en 1952. Allí retraté Tenerife, porque mi marido, Pablo Álvarez de Cañas, era de allí”.

Casi hasta el final de sus días, Dulce María se mantuvo lúcida y ágil de mente, aunque frágil de salud y casi ciega, como para decir “es terrible y demasiado duro tener que renunciar a la lectura y a las emociones. Es como vivir en un pozo sin fondo”. Y añadía: “¡Cómo comprendo al escritor argentino Jorge Luis Borges! No poder ver es una maldición para todos, pero mucho más para un escritor y amante de la lectura”.

Dulce María junto al escritor cubano Pablo Armando Fernández y la escritora cubana estadounidense Ruth Behar. Foto tomada de Internet

Su última aparición pública tiene lugar en abril de 1997, cuando la Embajada de España en Cuba le rinde homenaje en su casa. Fallece el 27 de abril de 1997.

Su obra ha sido traducida a varios idiomas y forma parte de la poesía intimista femenina sudamericana. Por la pureza de su voz lírica y su cautivadora expresividad, se la considera una de las representantes femeninas más ilustres de la poesía.

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